España no es monárquica o, al menos, tan monárquica como para comulgar con ruedas de molino. Lo dicen las estadísticas y lo sabe el rey Felipe VI. Por eso, en cada discurso de Navidad desde que se revelaran los turbios asuntos económicos y los líos de faldas de Juan Carlos de Borbón, se distancia aún más de él, matando al padre para tratar de salvar la institución y su propio estatus.
Pero Juan Carlos de Borbón se resiste a desaparecer de la escena pública y, comienza a ser una incómoda tradición que exprese a través de súbditos entregados (vete a saber si por convicción o como integrantes de la red clientelar del monarca), que desea volver a España justo por estas fechas.
Felipe VI dejó una vez más meridianamente claro en su discurso navideño que es una muy mala idea. Sin aludir directamente a su padre, sentenció que los titulares de las instituciones no solo deben “cumplir las leyes”, sino “ser ejemplo de integridad pública y moral”. De esta manera zanja el debate abierto sobre si es suficiente que Suiza archive la investigación iniciada en torno a una donación de 100 millones de dólares por parte de Arabia Saudí al rey emérito y que acabaron, posteriormente, y en parte en manos de Corinna Larsen, su amante.
La Justicia aún tendrá que valorar otras acusaciones pero, tal y como Felipe VI indicó, la falta de ética de Juan Carlos de Borbón es suficiente para inahibilitarlo ante la opinión pública. El rey actual no pierde de vista, nadie debiera perderlo de vista, en realidad, que el Gobierno de España es republicano o, al menos, las bases de los partidos que sustentan el Gobierno lo son. El PSOE, por supuesto, aunque durante los primeros años de Transición renunciara a sus principios por puro oportunismo histórico y político. No hay dudas respecto a Unidas Podemos en este sentido. Y cabe recordar que la amalgama de formaciones nacionalistas que apoyan a Pedro Sánchez lo tienen en su punto de mira. ETA, literalmente, tuvo como objetivo a Juan Carlos de Borbón. Bildu, herederos de la banda terrorista, no tiene ninguna simpatía, por lo tanto. Felipe VI no puede pisar Cataluña sin que los cachorros de ERC la líen parda. Es lo que hay.
En el discurso del pasado año, el rey defendió que “la ética está por encima de la familia” y, en el discurso con que se estrenó, pidió cortar de raíz las malas prácticas. El problema es que lo preocupante de la falta de ejemplaridad de Juan Carlos de Borbón lleva a preguntarnos cómo que el hijo no conocía nada de los tejemanejes del padre. ¿Felipe VI como Ana Mato? El regreso de Juan Carlos de Borbón, en cualquier caso, pondría a Felipe VI en un brete y encendería la mecha del conflicto. España no es monárquica, pero tampoco republicana. Así que el estallido de una opinión pública hastiada por la epidemia y frustrada porque el ascensor social está averiado puede salir por cualquier lado. Lo único que podría salvar a la monarquía es el poder económico, que codiciona también a los partidos mayoritarios, y una sociedad civil aletargada, pendiente de sus móviles e incapaz (¿o no?) de preguntarse qué sentido tiene la institución hoy.