La Segunda Guerra Mundial arrancó 36,5 millones de vidas en Europa. Fulminó sin sentido 36,5 millones de proyectos, de familias, de amigos. La más triste de las consecuencias de los crímenes de guerra. De esa guerra que zarandeó al mundo, pensaba que la humanidad había obtenido una clara conclusión, hacer lo que hiciera falta para no volver a sufrirla. Pero no, no ha sido así.
Después de la guerra siempre queda el dolor, la pena, el llanto a los muertos. Después la desolación y queda también el vacío del alma robada a las ciudades. Porque si hay algún bálsamo, algún antídoto para superar el horror de las consecuencias de una guerra, es poder reencontrar en las ciudades la identidad y memoria de su propia historia. La esencia que aguarda paciente en su cultura, sus tradiciones y su patrimonio, para volver a ser pilares de la reconstrucción futura.Por eso, la destrucción intencional y directa del patrimonio cultural en tiempo de guerra es, también, un crimen de guerra y debe ser tratado como tal por el Derecho Humanitario. Porque despoja a la sociedad de sus referentes, su símbolos y sus recuerdos. Hemos de preservar para que puedan volver los lugares donde sucedieron, bodas, bautizos y funerales, donde se retrataron sus antepasados y lo harán sus hijos y nietos, parad que se celebren sus fiestas que devolverán a traer la alegría al país invadido.
Hoy los ucranianos huyen de sus casas, de sus ciudades, de su país, esperando encontrarse algún día con lo que les une, su cultura. Un éxodo que ha levantado una ola de solidaridad infinita en Europa, que nos demuestra que frente al horror de Putin existe un frente invencible de generosidad. Como el de Ana y sus compañeros sevillanos Erasmus que estudian en Rzeszów, Polonia, a 100 km de la frontera con Ucrania. Han dejado las clases en la universidad para poder aprender una lección de vida inolvidable. Me manda su padre una foto, arrullando a un bebe ucraniano y se me parte el alma. Mezcla de miedo y orgullo, pero sobre todo de Esperanza. Esperanza por creer que el amor es más fuerte que el odio. Tiene que serlo. Esperanza para que los sentimientos que estamos viviendo de forma atropellada estos días, despierten también en toda la comunidad internacional y en especial en el pueblo ruso, aquel que comparte con Ucrania parte de su cultura, su idioma, sus tradiciones. Que sean ellos los que digan basta ya al horror y la barbarie de una guerra que nunca debió comenzar, que ataca al alma de Europa.
Gracias Ana, Rocío, José, Víctor y Cristina, por el gran ejemplo que estáis dando.