Galardonado con el IV premio de poesía joven “Tino Barriuso”, ve la luz, “Herederas” (Hiperión), de María Sánchez-Saorín (1999).Graduada el Lengua y Literatura Españolas, reside actualmente en Italia donde ejerce como auxiliar de conversación.
Es este su primer poemario y, en él, hay un compromiso solidario, unánime, en torno a la tradición y condición femeninas y a la relación establecida desde el ámbito familiar, amistoso, amatorio…
La autora murciana reconquista una herencia -abuela, madre, hija…- y desterritorializa los espacios donde lo patriarcal ha impuesto históricamente su injusta condición. Y lo hace, mediante un decir honesto, militante, sólido en su conjunto, y al par de un verso melódico, cómplice. Tal y como ya se adivina desde el poema-pórtico: “Yo no quiero ser musa, quiero ser yo la artista;/ compañera de llantos, veladora/ de versos y labores,/ consciente de mi humana inteligencia./ Yo no quiero ser maja, no me pintes desnuda,/ mi cuerpo solo sabe desvestirse/ al calor que nos da el sosiego/ de nuestros escritorios”.
Hay, a lo largo de estas páginas plenas de contenida y sabia emotividad, una conciencia recobrada, una honda introspección que se torna mensaje común, dual voluntad. La misma que pretende aunar todo cuanto es afín a la lo real, a cuanto se alza en el afán de compartir y fusionar cuerpo y lenguaje. Se trata, sí, de ocupar los espacios que durante tanto tiempo fueron negación, de persuadir valores que remonten antiguos autoritarismos.
De ahí que, María Sánchez-Saorín establezca un diálogo sustantivo, interno y externo, desde el cual convocar los paisajes y protagonistas que son esencia de su ayer y su mañana: “Cuando encontré los higos/ abiertos en el suelo,/ vi el cuerpo de mi abuela / descuartizado (…) La cesta era de esparto/ con el que trabajaba/ en la época del hambre/ y lo vendía./ Tan solo eso heredé:/ ya nada tengo de ella/ ni de los tiernos higos/ salvo el olor”.
Al hilo de este atlas testimonial, de este mapa donde palpita la sangre, la rabia, la dicha, la memoria…, hay también una lirica redentora, ungida por la plenitud de la nostalgia y del destino, desde la cual se despliega una semántica denotativa, liberadora, reconocible a la hora de renombrar lo ancestral, y también lo propio.
Desde el umbral del advenimiento, su voz reclama una transformación de lo legendario, de lo histórico, un camino renovado, al cabo, sobre el que dejar una huella nívea, duradera: “Antes de ser yo tierra plantaré/ un árbol en el campo/ del que recibirás su fruto dulce”.
En suma, “Herederas” es un libro que reúne poemas brillantes, sugestivos, tocados por una decidida expresividad, que revelan necesidad y convicción y reconstruyen todo el amor que cabe en el linaje de tantas vidas: “Las caricias de nuestras madres huelen/ al alimento que amasan cada día/ y recibimos en la mesa/ sin rezos ni oraciones./ Esos dedos que cortan la cebolla/ recuerdan con su tacto/dónde comienza el mundo”.