En su primera acepción, el diccionario de la RAE define gris como “el colorque normalmente resulta de mezclar el blanco y el negro”. Tal vez, valdría aplicar esa dicotomía a “Las horas grises” (Comares. Col. La Veleta, Granada, 2022), segundo poemario de Luis Bravo.
El pasado año, el vate madrileño (1994) iniciaba su andadura con “Triestino”, un bautismo rezumante de buen sabor y que teñía las páginas de un sugestivo cromatismo: “Ya truena. En la rada ni un papel, un pinzón/ vuela. Dos barcazas cortan la estela de otra,/ y en el aire una bruma de muy sucia tiza y rosa”.
Ahora, en este volumen que me ocupa, Luis Bravo se orilla en esa mencionada dualidad desde el bordón oscuro de la nostalgia, del desconsuelo, de cierta inadaptación, mas frente al brillor de un alba clara, de un silbo cómplice, de una dichosa acordanza: “Confío el verano permita el recuerdo/ de un veinticuatro de julio cual polilla/ emergida de un pliegue de sábanas, tan merecido/ el viaje hacia el pueblo, quitando oscuridad/ a los meses que precedían, nada hablando/ y siendo todo dicho…”.
La cohesión y coherencia que sostiene el yo al par de su discurso,se torna mensaje unitario desde el que resuenan pérdidas, alianzas, pecados, venturas… Y, junto a los cuales, el universo es un reloj de arena donde las horas y los escenarios confluyen en el empeñode conformar una verdad ajena a la ensoñación:“Sabed, todo es melancolía./ Del rosal en ruinas al ángel florecido, o al revés;/ de la araña en sus hilos a los libros sin tapas,/ del hacer como sepamos todavía/ antes de sombrearnos la frente con ramilletes,/ con gestos de pésame y baños de sol triste”.
Los dones de la Naturaleza son, también, materia sobre la que el autor se atestigua ysobre la que se cobijapara aupar su voz, Y así, cosida su palabra a las rosas, al vuelo del grajo, a la sombra de los chopos, a la terneza de las bayas, a la espesura de las jaras, al florecer de la camelia…, sus versos reescriben su conformidad con todo aquello que es creencia, asedio y mudanza.
Los nombres de John Keats, Dante Gabriel Rossetti, T.S. Eliot, Pío Baroja, Vladimir Holan, Evelyn Waugh…, son, a su vez, una summa variada de las letras que Luis Bravo también reescribe al par de su verbo. Porque entre los hilos que movieron a estos autores, se dejan entrever los hilvanes que ahora son sustantiva existencia, intuitiva certeza con la que enunciar la virtud o la flaqueza humanas: “Adueñarse la belleza de otro/ entraña secretos pactos, no sabremos,/ no interrogues, solo mira y transige”.
Entre el orden del pensamiento y el orden de la realidad, “Las horas grises” se afirma en su intención de conjuntar alma y cuerpo, juicio y credo, para así poder salvaguardar la autonomía de un sujeto lírico que sea inferencia causal de su propia experiencia, de su propio designio, de su propio amor: “Y no es tanto el temor del epitafio/ ni deshojarse bajo los silencios que perdonen./ Es afanarse las manos sobre las tuyas/ hasta el cabo de averiguar cuanto aguantarán./ Un siglo”.