La cosa no anda bien de un tiempo a esta parte. El año pasado, en la misma plaza de Sevilla, comenzó el declive. Hasta entonces Victorino se creía tan suficiente en todo que no embarcaba ni sobrero, puesto que los seis toros escogidos por él mismo en el campo eran una garantía.
Sin embargo, esa corrida de hace un año ya necesitó de un sobrero, que siendo de otro hierro (José Luis Pereda, para ser exactos) dejó en evidencia a los cinco titulares que se lidiaron. En esta ocasión ha querido curarse en salud trayendo los seis más uno. Se lidió finalmente el sobrero, que tampoco aportó nada.
En el debe de la ganadería, algo imperdonable, la presentación. La corrida fue muy dispareja. ¿A qué viene tan notable desigualdad tratándose de Sevilla y en el mes de abril?
Victorino trajo una corrida para el antitoreo. Y esto tampoco exime la responsabilidad de los toreros.
Ferrera se justificó con las banderillas, clavando con facilidad en sus dos toros. En el que abrió plaza, que dicho sea de paso tenía los pitones, los dos, como sendas fregonas, Ferrera no pudo ir más allá de las buenas intenciones.
El Cid no se ha dado ninguna coba. En vista de que ninguno de sus toros servía, ni ha pasado de los simples proyectos de faena. Su primero se volvía y se metía por debajo, y él no se lo pensó dos veces.
Mayor inseguridad mostró El Cid en el quinto, poniéndose desde el principio a la defensiva como el mismo victorino. Trapazo va y trapazo viene, sin intención de buscar alternativa más airosa.
César Jiménez mostró mejor actitud, aunque tampoco resolvió nada.
Duró muy poco su primero con el que anduvo en un momento de la faena con mucha seguridad y sentimiento, en el toreo al natural, hasta el punto de hacer sonar la música, que ya se sabe lo importante que eso es en Sevilla. Pero viniéndose el toro abajo, la faena también se difuminó en las tinieblas de la desesperación y del aburrimiento.
El sexto fue otro toro imposible, metiéndose por abajo. Jiménez quiso, pero no pudo, y no precisamente por culpa de él.
Lo de Victorino ha sido un pinchazo en toda regla.