En Semana Santa suele ocurrir como cuando te tiendes cada verano en la arena a tomar el sol. Estás rodeado de tanta gente que no paran de llegarte conversaciones de uno y otro lado a las que involuntariamente terminas prestando atención. Solo así he conseguido ponerme más o menos al día de cuanto se conoce, comenta, apoya o critica en torno a Ana Obregón, que además va evolucionando en función de esta especie de serial por capítulos en los que ella misma, o a través de actores secundarios, va desvelando sucesivos detalles acerca de la gestación subrogada que la ha convertido en abuela.
Puro marketing emocional que ha mantenido entretenida a media España en las últimas dos semanas, incluida la clase política, obligada a posicionarse ante un asunto privado que la opinión pública ha convertido de interés general, y así arañar más segundos de exposición pública en algo que parece mucho más interesante que la ley de las pensiones o las próximas elecciones municipales, aunque haya situado a más de uno en un apuro hasta que sus asesores han determinado cómo debían posicionarse, cuando lo único obsceno que he visto de todo el asunto ha sido la puesta en escena, desde la salida en silla de ruedas del hospital de Ana Obregón hasta la divulgación de los detalles íntimos en torno a la identidad de la recién nacida, y, por supuesto, que todo se reduce a una cuestión de dinero.
No ha sido la única mujer que ha acaparado titulares en la última semana. Ahí tienen a Yolanda Díaz. Aunque su nombre no haya circulado entre los corrillos a la espera del paso de una procesión por las calles del centro, ha protagonizado igualmente portadas, análisis, disputas y todo tipo de elucubraciones acerca de su influencia sobre el futuro de la izquierda en nuestro país y, en especial, sobre el del PSOE y el de Unidas Podemos.
Tengo un par de amigos, simpatizantes de la izquierda tradicional -lean “PSOE de toda la vida”-, que no se ahorran elogios a la hora de hablarme de la líder de Sumar, de su discurso, de sus formas, hasta zanjar: “Me encantaría que fuese la primera mujer presidenta del Gobierno”. A mí con Díaz me pasa lo mismo que con Ayuso, todavía no termino de creérmelas. No sé dónde empieza ni dónde acaba cada una de ellas, ni en qué punto intervienen sus asesores -el de imagen es evidente en el caso de la primera- a la hora de retocar y moldear sus figuras y apariciones públicas, sin negarles el talento natural a la hora de saber acaparar el foco, colocar sus mensajes y ejercer el liderazgo con una naturalidad fuera de duda.
En cambio, sí me he creído desde un principio el papel que ha desempeñado en el ámbito político Inés Arrimadas. Tal vez bajo una creencia sustentada en la épica, porque lo fue ganar unas elecciones autonómicas en Cataluña y porque lo logró a partir de un discurso valiente que no solo defendía a una mayoría silenciosa -la contraria al independentismo-, sino que retrataba el sistema putrefacto de una clase política acomodada a la que se le cayó la careta del victimismo mientras quedaban expuestas sus vergüenzas en público.
Aquello duró un suspiro, es cierto. A ella sí que le fallaron los asesores, al tiempo que a su partido empezaron a temblarle las piernas, y desde entonces todo es historia. Ella tendrá algunas que contarles a sus hijos, cuando sean un poco mayores. Van a crecer en Jerez, según ha hecho público esta semana, donde se ha instalado para tener más cerca a su familia, en busca de ese pellizco de felicidad que el estudio de la Universidad de Harvard dice que es imprescindible no solo para nuestro bienestar, sino para vivir muchos más años: salud y relaciones personales, dicen que es la clave. Habrá que hacerles caso, ya que llevan desde 1938 elaborando el informe a partir de los testimonios de dos mil personas a las que siguen desde su juventud hasta que llegan a la tercera edad.
De esto tampoco se ha hablado mucho en la calle durante Semana Santa, aunque pueda tener más influencia y ser más decisivo en nuestras vidas que el culebrón de Ana Obregón. “Hay que prestar más atención a lo que realmente importa”, asegura el director del estudio.