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Notas de un lector

Al sur de un resplandor

Su palabra es testimonio y experiencia, metáfora y mensaje, y su verso, variado en metros y estrofas, se ajusta al emocionado periplo de su íntima cartografía

Publicado: 28/01/2025 ·
22:22
· Actualizado: 28/01/2025 · 22:22
Autor

Jorge de Arco

Escritor, profesor universitario y crítico. Académico de la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras

Notas de un lector

En el espacio 'Notas de un lector', Jorge de Arco hace reseñas sobre novedades poéticas y narrativas

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Conocí la poesía de Jorge Valdés-Díaz Vélez a través de “Tiempo fuera”, una antología que recogía una amplia muestra de sus primeros libros, editados entre 1988 y 2005. He seguido cercano, desde entonces, a su decir y a esa forma preclara de expresividad con la que maneja su dicción. Su palabra es testimonio y experiencia, es metáfora y mensaje, y su verso, variado en metros y estrofas, sabe ajustarse al emocionado periplo de su íntima cartografía. No cabe duda de que sus tareas diplomáticas -África, Europa, América- le han posibilitado descubrir y vivir muy de cerca un sinfín de múltiples escenarios que siguen siendo, ahora, referente temático de su quehacer.

En su nuevo poemario, “Los ojos del caballo” (Pre-Textos. Valencia, 2024), se adivina la mirada profunda y penetrante de un ser que observa el mundo sin distracciones ni velos, que representa la tensión entre lo concreto y lo abstracto, que despliega las voces y los silencios entrelazados a una suerte de conciencia plural: “Recordar, hacer memoria, luchar/ contra el olvido, no perder los rasgos/ de aquel rostro, conservar un instante/ que nos hizo felices, una efigie/ que adquiera nitidez en la penumbra/ de un pétalo. Recordar al que fuimos. Guardar para nosotros el poema,/
su hueso y su cadencia, el soliloquio/ de los seres ausentes que aún perviven”..

Dividido en tres apartados, “Donde la lluvia”, “Las condiciones de ausencia” y “Tierra quemada”, el autor mexicano vehicula una reflexión común sobre la inexorable instantaneidad, sobre esos breves momentos que aun siendo alcanzan una dimensión eterna. Certezas e incertidumbres, al cabo, que reviven el ayer y proyectan de manera empírica el horizonte que cabe en el mañana. Porque son esas dicotomías que acechan el interior del sujeto lírico las que amplían su universo existencial. Lo tangible y lo intangible, lo efímero y lo perdurable, la esperanza y la orfandad, avanzan y movilizan las realidades que confrontan la esencia humana: “La medida del hombre es el desierto./ El desierto y el hombre son lo mismo./ No hay ruta ni señales que le dicten/ el pulso evanescente de las horas./ Su palabra es el viento cuando vuelve/ al sur de un resplandor que se desangra./ Y es la herida que habita su memoria./ Y es enjambre de estrellas en tus labios./ Y es la viva conciencia de estar solo”.

En estas bellas páginas, el verbo de Jorge Valdés Díaz-Vélez obliga al lector a mirar hacia sus adentros, a desentrañar los ecos del deseo, de la nostalgia, de la pérdida. Y, a su vez, a conformar un espacio y un tiempo colectivos donde se aúne lo más definitorio del amor, su lumbre y su constancia. En esa atmósfera, en donde el corazón late poderoso, este intenso poemario se alza pleno de lúcida conciencia, de arraigada afectividad: “De qué sirve la noche sin tus ojos/ disueltos en la sombra, sin tu espalda/ a la orilla del tacto, sin tu boca/ pronunciando el azogue del espejo (…) de qué sirve pensar,/ soñar lo que sería si estuvieras/ aquí, sobre la hondura de tus huellas/ que iban tras el delirio en que volvías/ a ser la vastedad que me traspasa;/de qué sirve el temblor de esta palabra/ si no levanta el vuelo de tus manos,/ si el aroma del río, si el murmullo./ De qué me sirve saberme sin ti”.

 

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