sevilla | Gracias a las dos orejas que cortó del sexto toro, como sucedió también ayer con José María Manzanares, pudo sumar el rejoneador Diego Ventura las cuatro que necesitaba para salir a hombros por la Puerta del Príncipe al final de su actuación en solitario este domingo en la Maestranza de Sevilla.
Un nuevo “monólogo” torero se vivió en la Maestranza, en este caso del rejoneador Diego Ventura, que, ahora sí, logró rematarlo con esa ansiada salida en volandas por el umbral de la plaza que da al río Guadalquivir.
Para conseguirlo tuvo que hacer el jinete sevillano un sobre esfuerzo durante la lidia de los tres últimos ejemplares, una vez que la tarde transcurrió apenas sin premios hasta llegar a su ecuador.
Aunque en el paseíllo, llevados por sus mozos de cuadra, Ventura sacó al ruedo los veinte caballos que tenía dispuestos para su actuación en solitario, echó mucho en falta a “Califa”, ese gran caballo castaño de último tercio que murió de un infarto hace apenas unos días.
Los dos primeros
En el toreo a caballo, tanto o más que en el toreo a pie, es fundamental matar a la primera para cortar orejas, y Ventura no las cortó de los dos primeros toros precisamente por eso, por no acertar con el acero definitivo sobre dos equinos que no le ayudaron a ejecutar bien la suerte.
Las dos fueron faenas estimables, con méritos sobrados para el corte de orejas por el temple y el valor de sus caballos, y de especial brillantez fue la que le cuajó al segundo toro, que galopó con mucha clase tras las monturas.
La única oreja concedida en esa primera parte del festejo fue la que Ventura paseó del tercero, al que recibió a portagayola con la garrocha. Fue ese el astado de menos clase de la corrida, y la faena la menos vibrante de las seis, pero premiada por haber sido, hasta entonces, la única rematada de un único rejonazo.
Otro color
La lidia de los tres últimos tuvo otro color, y también la chaquetilla de Ventura, que cambió la campera gris marengo con que hizo el paseíllo por otra de terciopelo bordada con adornos de plata.
Como si el cambio de vestuario marcara una nueva corrida, Ventura mantuvo su capacidad lidiadora y la emoción de los embroques, sólo que está vez encontró, tal vez inesperadamente, la colaboración de un caballo nuevo, “Colorao” de nombre, en ese decisivo último tercio.
Y con el repentino sustituto de “Califa” pareció encontrar sobre la marcha el sitio de la muerte de los toros y, de paso, el camino hacia las orejas.
Una más le cortó al cuarto, con el que compartió el tercio de banderillas con los dos rejoneadores que salieron como sobresalientes, el riojano Sergio Domínguez, clásico en sus formas, y el valiente onubense Andrés Romero, que hizo lo más vibrante.
Pese a la mayoritaria petición, el presidente se negó a concederle la del quinto, con el que, tras dos años en el dique seco por una lesión, hizo reaparecer a “Morante”, el caballo famoso por morder los pitones de los toros.
A la salida del sexto, Ventura necesitaba exactamente sus dos orejas para conseguir el objetivo de esa siempre ansiada Puerta del Príncipe, y fue así como echó el resto sobre dos de las nuevas estrellas de su cuadra, “Pegaso” y “Milagro”.
Los dos tordos le ayudaron a clavar banderillas con mucho ajuste y emoción, hasta que, de nuevo “Colorao” se echó encima del toro para que Ventura lo tirara a tierra de un fulminante rejonazo y, con ello, le cortara las dos orejas que buscaba.
Ficha
Seis toros, para rejones de Fermín Bohórquez, de buena presencia aunque de dispar volumen, y de juego noble y manejable en su conjunto. El rejoneador Diego Ventura, en solitario: cinco pinchazos y rejón trasero (silencio); rejón trasero barrenando (ovación tras leve petición); rejón contrario y trasero (oreja); rejón trasero (oreja); un pinchazo y rejón trasero (ovación tras fuerte petición); y rejonazo fulminante (dos orejas).
Ventura salió finalmente a hombros por la Puerta del Príncipe. La plaza de la Maestranza casi se llenó.
Sevilla empujó a su torero: Manzanares
La tarde, la del sábado, transcurría tranquila hasta que salió al ruedo un cárdeno claro de Victorino Martín. El gesto de José María Manzanares de encerrarse en solitario con seis toros en la Maestranza había no sólo llenado los tendidos sino también rodeado de un excelente ambiente la cálida tarde.
Fácil, con oficio, sin apuros, Manzanares resolvió los primeros capítulos de su monólogo, hasta que ese terciado toro de Victorino, "Vengativo" de nombre, sacudió tanta complacencia. De cortas embestidas en el capote, el cárdeno se movió endiabladamente cuando salieron los picadores, para hacerse agigantado con el tercio de banderillas. Convertido el de Victorino, de repente, en toro de cara y cruz, Manzanares cogió la muleta decidido a echar la moneda... para perder la apuesta.
Desangelado hasta entonces, fallando incluso reiteradamente con la espada, que es uno de sus puntos fuertes, a Manzanares se le iba la tarde cuando, antes de salir el sexto, la plaza rompió en una ovación de ánimo que le decidió a irse a la puerta de chiqueros. Y sobre esa virtud del "enemigo" apoyó Manzanares la única faena estimable, suficiente para un fin de fiesta en una tarde tan decisiva en su carrera.