No basta con desvirtuar lo que para muchos constituye el pan de sus niños, el simple pago de la luz, o ese ´llegar a fin de mes´, sino que se está convirtiendo en un recurso tan manido, desfigurado, inculto y soez en ocasiones, que el hartazgo revienta por los cuatro costados la mínima dignidad que los profesionales del medio deben conservar y conservan respecto a su profesión, convirtiendo la natural indignación en protesta declarada.
Nos estamos refiriendo a aquellos términos teatrales usados como arma arrojadiza contra el contrario por los ilustrados políticos que tenemos hoy día. Tan de acuerdo están en ello, que no les ha sido posible llegar a otro que el continuo desacuerdo en el que se han visto estas negociaciones fatuas, a las que, desde meses, hemos venido asistiendo con los ojos cual búhos sin sueño.
En este estado de cosas, aquellos, nuestros políticos, no dudan en usar palabras como teatro, pantomima, comedia, farsa, sainete, queriendo expresar presuntamente de manera ilustrada, lo que de negativo tiene tal o cual actitud, declaración o propuesta del oponente, al objeto de ridiculizar, descalificar y convertir en sin sentido al sujeto en cuestión.
Pero lo que no saben nuestros sabios políticos, ilustrados eso sí en no saber acordar consensuadamente con las distintas corrientes sociales, es que están desprestigiando con sus analogismos escénicos una de las profesiones y artes más antiguos de nuestra civilización: El Teatro.
Crear paralelismos entre actitudes, declaraciones, incongruencias programáticas emanantes de la política y el arte escénico, hace un flaco favor a la profesión y profesionales que dedican su vida, no sin gran esfuerzo y con un trabajo continuado, a saber cómo y de forma inductiva, pasando por las luces y sombras que conlleva la construcción de un personaje, interpretar – en estos caso dicho con absoluta propiedad – una obra teatral como medio de expresión artística.
Para que nos hagamos una idea deberíamos ponernos en el lado contrario e intentar imaginarnos qué dirían nuestros políticos si cada vez que intentamos descalificar una acción o actitud ya sea ésta personal o colectiva dijéramos…: ¡estás haciendo política!. Quizá deberíamos entender lo mismo que aquella acepción que asumen de la palabra teatro, viniendo a decir…que tal o cual acción es fingida o exagerada.
El teatro no es fingimiento ni exageración. Al contrario. Éstas son dos situaciones que por lo general conllevan una mala interpretación escénica. El teatro en su mejor expresión y en todas sus variantes, presupone una vivencia e interiorización del personaje al punto de eliminar en su interpretación cualquier atisbo de exageración o amaneramiento fingido.
La verdadera interpretación surge cuando al actor o la actriz busca en su interior los resortes necesarios que, aditados por las diferentes técnicas interpretativas, consiguen hacer veraz, creíble y real el personaje con sus emociones, gestos, movimientos, sentimientos e historia, tratando de llevar con sinceridad y autenticidad la vida, en sus diferentes expresiones, a escena.
La ´escena política´ o ´el escenario político´ son otros de los cuños que abanderan titulares de prensa o expresiones inapropiadas. Su connotación es evidente y su paralelismo, una vez más, llevado a unos límites inadecuados en los que el perfil de la expresión queda confundido entre representación, construcción de personajes o actitudes figuradas. Términos cuyo verdadero significado artístico tienen connotación mucho más profunda que el banal, caricaturesco y retórico.
No está el escenario político precisamente para bollos. Ni tampoco sus actores. Entre bambalinas se cuecen demasiadas cosas. Su interpretación es demasiado pobre y demagógica. El telón de nuevas elecciones se avecina. El recurrido y recurrente teatro y toda una malentendida e ignorante incursión en la terminología escénica hace, a través de estos ilustrados próceres, la más ofensiva y desvirtuada comparativa de sus affaires con una de las más ancestrales, complicadas y virtuosas de las artes, cuyos actores, hoy se sienten profundamente indignados en participar involuntariamente en otra escena totalmente ajena y alejada de la finalidad profesional que les alimenta y en contra de los verdaderos principios que sostienen su digna actividad: Otra vez…el Teatro. Esta vez con mayúscula.
Basta de analogismos. El arte, aunque implicado en política como acto comunicativo y social, se encuentra muy lejos de aquellos affaires de la, parece ser, menos ilustrada de las profesiones. ¿O deberíamos decir…vocaciones? Tanto en cuanto no demuestren lo contrario, con la licencia permitida por saber de qué hablamos, en esta arena política, queda mucho por allanar semánticamente.
Arcos
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"No está el escenario político precisamente para bollos. Ni tampoco sus actores. Entre bambalinas se cuecen demasiadas cosas"
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