Cuando en la noche de este domingo se dieron a conocer los resultados provisionales de las elecciones generales y empezó a hacerse evidente que la lucha entre bloques caía del lado de la izquierda, surgió de inmediato una posibilidad aritmética alternativa, la de la suma de PSOE y Ciudadanos bajo el estandarte de la estabilidad del país. Tanto Pedro Sánchez como Albert Rivera -y especialmente este último- se encargaron de despejar la incógnita: no era una opción; o había dejado de serlo desde el momento en que hubo que elegir entre estabilidad y convicción, y Ciudadanos optó por la segunda, casi como una inversión a largo o medio plazo, hasta las próximas generales. La convicción de mantenerse firme en su promesa electoral -el no es no a Sánchez- frente a la necesaria estabilidad a la que debe aspirar nuestro país en este momento y que va a quedar sometida a las aspiraciones soberanistas y nacionalistas de catalanes y vascos.
Este lunes, Inés Arrimadas aseguraba que todos los votantes de Ciudadanos están en contra de pactar con el PSOE. Creo que se equivoca, aunque sea por mera cuestión estadística, pero es que además estoy convencido de que muchas personas votaron este domingo a la formación naranja con la mente puesta en un posible pacto que despejara la injerencia de los independentistas, aunque fuera a costa de desacreditar al propio candidato, o reafirmando su a veces olvidada aspiración de referente centrista y moderado; pero Rivera parece empeñado en empezar a jugar otro partido antes que forzar la prórroga, ya que está convencido de que tiene más que ganar, frente al PSOE, pero también frente a un PP que ha pagado cara la osadía de caer en los mismos errores que los socialistas hace cuatro años: pensar antes en la preferencia de la militancia que en la de los votantes. Al PSOE le costó obtener los peores resultados de su historia; igual que ahora al PP.
Pedro Sánchez ha sido capaz de reescribir esa historia a costa de dar alas a la fragmentación del voto del centro derecha, pero especialmente a Vox, un partido cegado por las ansias de una reconquista cuya respuesta creía haber encontrado en los libros de texto o en los posos del café, cuando en realidad se encontraba en una fórmula matemática creada por un jurista belga llamado Victor d’Hondt. En esa batalla, ni la gloria de Don Pelayo; el más listo de la clase ha sido Sánchez, y de su lección va a depender asimismo la nueva pugna de bloques que va a comparecer en unas municipales igualmente inciertas.