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El sándwich mixto o el higo chumbo

Como escribe Alain Deneault, tenemos que dejar de "ver como inevitable lo que resulta inaceptable y como necesario lo repugnante"

  • Chumberas -

Rodrigo Terrasa publicaba esta semana un interesantísimo artículo en el diario El Mundo bajo el título de La sociedad del sándwich mixto: por qué los mediocres dominan el mundo. El punto de partida era la publicación de un libro del filósofo y profesor de Sociología en la Universidad de Québec, Alain Deneault, en el que reflexiona acerca del concepto de “mediocracia”, en el que considera instalada a la sociedad contemporánea y desde el que se “nos anima de todas las maneras posibles a amodorrarnos antes que a pensar, a ver como inevitable lo que resulta inaceptable y como necesario lo repugnante”.

Terrasa pone el ejemplo del sándwich mixto: “a nadie le disgusta, no es brillante, pero para salir del paso no está mal. Es, sencillamente, mediocre”; e invita a pensar en muchas de las personas que nos rodean o conocemos, cercanos o no, para concluir con una pregunta retórica: “¿No me diga que no le sabe todo a jamón y queso?”. Denault se refiere en su libro a maestros, empleados, profesores, periodistas, artistas y políticos, pero el debate deriva, casi de manera inevitable, hacia este último ámbito, ¿o acaso no es la imagen de un político lo primero que se le ha venido a la cabeza nada más leer la palabra “mediocre”? Él mismo lo sostiene: “Está en la naturaleza de casi todos”.

Sin embargo, no se trata de generalizar; de hecho, su obra lleva por subtítulo “cuando los mediocres llegan al poder”, lo que amplía el ámbito de influencia más allá del escenario político. En este sentido, lo que critica el filósofo canadiense al hablar de “mediocracia” no es la mediocridad de la clase dirigente, sino que se hayan empeñado en promoverla hasta convertirla “en un sistema” que sólo espera de nosotros que seamos “aplicados y serviles”, pero, sobre todo, “sin convicciones”; o lo ya expresado anteriormente: que nos limitemos “a ver como inevitable lo que resulta inaceptable y como necesario lo repugnante”.

¿Es inevitable volver a celebrar unas elecciones generales en España o, definitivamente, es inaceptable? ¿Es necesario negociar con los independentistas catalanes o los herederos de la causa etarra con tal de ostentar el poder, o estamos ante un repugnante ejercicio de desmemoria? La segunda pregunta creo que se responde por sí sola; la primera también debería hacerlo, aunque el hecho de que las últimas encuestas den mejores resultados a PSOE y Podemos que al centro derecha pueden precipitar que la cuestión se lea sólo hasta la mitad, y desde el sí alentar a las bases a una nueva lucha electoral que respondería más a una estrategia política que a una necesidad de Estado.

Cuando era niño, había veces en que, a la caída de la tarde del verano, solía acompañar a mis primos y a su tío Juanjo a coger higos chumbos, un gesto ya en peligro de extinción. Lo primero era agenciarse una caña consistente, de más de un metro, a la que le hacía varios cortes verticales con una navaja en uno de los extremos. Después le metía varias piedras para abrir la boca de esa punta y la ajustaba con un cordel, hasta convertirla en una especie de pinza con la que agarrar los frutos. Cada higo se depositaba en un cubo y al final los repartíamos sobre un saco, o directamente sobre la arena, para removerlos y que con el roce perdieran casi todas las espinas, de manera que fuera más fácil pelarlos con el cuchillo antes de depositarlos en una fuente y que se enfriaran en la nevera. Había veces en que Juanjo los cataba recién cogidos de la chumbera, para apreciar si estaban buenos y jugosos, además de a temperatura ambiente. Lo hacía con una fruición que ahora me resulta conmovedora, no sólo por aquella imagen que conservo grabada, sino por la dedicación que exigía aquel placer tan sencillo.

Posiblemente, el Berlusconi de Silvio (y los otros), uno de los grandes mediócratas del último cuarto de siglo, me interrumpiría en este momento con un “déjate del pasado y háblame de proyectos”. En realidad no es por regocijarme en los recuerdos, es que si miro a mi alrededor, hay muy pocas cosas que me sepan a un buen higo chumbo recién sacado de la nevera.

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