Domingo López de Carvajal, vizconde de Carrión y marqués de Atalaya Bermeja, no habría dado crédito si, para abandonar Algar 225 años después de fundar el pueblo, hubiera tenido que subir a la barcaza de Los Cristóbal y salvar una laguna de tres kilómetros. Porque Domingo López de Carvajal, según cuenta la leyenda, fundó Algar como promesa en 1773 a 210 metros de altitud y a más de 70 kilómetros de la costa para no tener que subir a una barcaza ni navegar nunca más, después de estar a un tris de perder la vida y salvarse en un naufragio en alta mar al regreso de México, colonia en la que hizo fortuna y a la que el municipio debe el patronazgo de la Virgen de Guadalupe. Pero en 1997, tras una temporada de lluvias intensas, el pantano de Guadalcacín, el segundo más grande en Andalucía y el primero en superficie ocupada, con 800 hectómetros cúbicos, se desbordó. Quedó bajo el agua el Puente del Picao, enlace con la carretera provincial CA-521, y la mentada barcaza de Los Cristóbal fue, durante dos años, la única manera de salir de Algar. La barcaza y, para hacer honor a la verdad, un camino de tierra de apenas cuatro metros, que obligaba a rodear la Sierra, en un trayecto insufrible de 80 kilómetros.
Cuando se inauguró el nuevo Puente del Picao, el alcalde entonces, Manuel Garrido (PSOE), se negó a participar en el acto y se limitó a entregar al delegado del Gobierno autonómico, José Torres Hurtado, una carta de queja en la que, además, reclamaba una solución para la carretera CA-503, aún sumergida. Garrido lamentaba especialmente aquel episodio porque, aseguraba, Algar es un pueblo noble, con quien mantuvo, por cierto, una relación larga y fructífera de 20 años. Concretamente, el pueblo noble de Algar contó con el dirigente socialista como alcalde entre 1987 y 1997. Llegó a ser el regidor más votado en términos porcentuales y fue el protagonista de la transformación de la localidad durante dos décadas con la dotación de un centro médico, un nuevo centro educativo o la adquisición de un camión para la recogida de la basura que, hasta bien entrado los años ochenta, se llevaba a cabo por medio de un operacio acompañado de un burro que tiraba de un carro.
Con Garrido al frente, el Ayuntamiento adquirió la finca del Tajo del Águila en 1992. El municipio ya era propietario del Hotel Villa de Algar y decidió apostar de este modo y de manera decidida por el sector turístico. Sin embargo, el Tajo del Águila sigue sin dar las alegrías al pueblo que se esperan de tan valioso recurso natural. Hasta el punto de que la gestión, si se mira atrás, ha sido caótica y, no en vano, ha acabado en los tribunales. Las desavenencias desde el año 2014 entre la empresa concesionaria y el Gobierno local liderado por María José Villagrán (PSOE) fueron sonadas. Con una deuda por parte de la firma responsable de la explotación turística de 200.000 euros y el cruce de declaraciones entre ambas partes, se echó el cerrojazo a las instalaciones y se dejó en la calle a los trabajadores. Se puso entonces sobre la mesa que la Diputación, por medio de Tugasa, o la propia Junta, como ya hizo con un hotel en Grazalema, se encargaran de la gestión. Las administraciones fueron incapaces de llegar a ningún acuerdo, argumentando impedimentos legales, y el municipio espera desde hace un año, con cambio de Gobierno incluido, ahora con el PP en el Consistorio, que se concluyan los trabajos de redacción de los pliegos para una nueva licitación.
En cualquier caso, el Tajo del Águila es, sin género de dudas, una de las principales bazas de futuro de una localidad que ha depositado en el turismo sus esperanzas. Cuentan con un mar interior, el embalse, ideal para el desarrollo de deportes náuticos o la pesca que, con la caza, desplaza al municipio a aficionados de toda la región. Además, el pueblo congrega a apasionados del motor en torno a la Subida a Algar, que en 2021 cumplirá 30 ediciones y se ha convertido en una de las citas del calendario más esperadas cada año. La localidad es capaz, por tanto, de albergar y organizar eventos de primer nivel. Hay ganas para mejorar la oferta y, quizá, solo falte promoción para conseguir que el municipio compita con otros destinos rurales seriamente.