Cádiz cuenta con la suerte de tener en su seno artistas que otean con maestría la historia de su fiesta grande, el Carnaval. Es el caso del escritor gaditano David Montiel, que ha publicado recientemente su ‘Historia general del Carnaval de Cádiz’, haciendo un original y documentado recorrido por la fiesta gaditana. David Montiel contiene ya, en su juventud, una variada producción literaria que abarca obra poética, novela y relato. Así ‘Yuri Gagarin que estás en los cielos’, los libros de poemas ‘Apuntes para una teoría del valor’ o ‘Las cenizas de Salvochea’. La saga del detective Bachiarelli o ‘Nuestra señora de la esperanza’, con claras referencias a la novela negra del norte de Europa y una fuerte conexión con los momentos literarios del maestro Juan Madrid y que le ha valido el Premio Internacional de novela negra L’H Confidencial. Atención con este escritor que ha sabido narrar desde dentro, la historia de una tradición culta y popular, y que no es otra cosa que el devenir de la intrahistoria de la ciudad con más de 3.000 años de cultura
Se infravalora la cantidad de talento de una ciudad tan musical como Nueva Orleans o La Habana. Se infravalora el poder del carnaval de, aún hoy, ser una crítica ácida y sagaz, volátil y embaucadora que siempre gana
¿Por qué escribir una historia sobre el carnaval?
–Por un encargo de la editorial El Paseo que dirige David González Romero, el señor editor que publicó las dos primeras novelas de la saga Bechiarelli (Las niñas de Cádiz y Carne de Carnaval). El Paseo es una editorial que combina los libros de historia local y cercanos, humorísticos y mal llamados costumbristas, con otros libros como la novela ‘Diario de una perdida’ de Margarete Bohme, la maravillosa novela gráfica de Emmy Hennings o la última novela del Premio nacional de Narrativa, Juan Bonilla. Y también por echar la vista atrás en un año pandémico en el que no hubo carnaval con la idea de hacer divulgación rigurosa y amena de una fiesta de una creatividad popular impresionante.
¿Cómo ha sido el proceso de documentación?
–Ha sido largo, edificante, disfrutón y con mucho carnaval, tanto de calle como del COAC. Para documentarme, al igual que en la novela Carne de Carnaval, también he tirado de mi memoria sentimental, de mis vivencias en el carnaval de los años ochenta (recortar papelillos, andar disfrazado de piconero o de mamarracho etc...). Gracias a la ingente bibliografía carnavalesca, he ido descubriendo autores menos nombrados, anecdotario suculento, repertorios olvidados de una calidad y profundidad impresionante, tanto que debo recordar aquí, otra vez, los nombres de Juan Sevillano y Manolo León dos autores de los años treinta que eran muy políticos y carnavaleros a la vez. Una maravilla. Gracias a la documentación he tenido acceso a una de las colecciones más impresionantes de carnaval, la de Miguel Brun. Y la posibilidad de tener en mis manos el libreto de ‘Los Anticuarios’ de 1905. Emocionante. A Brun, a Kiki y a Javier Osuna y a sus archivos les debo las casi cien fotografías que acompañan al texto.
¿Y el de escritura?
–El de escritura también ha sido gozoso porque he intentado que mi estilo, dedicado a la ficción, con toques de guasa grande de Cádiz, irónico y de dobles sentidos, siempre en el repique y en un cierto bilingüismo que equipara a Pericón de Cádiz con Borges, se combine con la exactitud histórica, con el rigor, con una visión más externa y diferente de la mirada del académico carnavalero que explica cómo fueron, por ejemplo, los carnavales de la República. He aprendido mucho no solo de carnaval sino de escribir lo que el profesor Marchena asegura que es un ensayo histórico.
¿Qué tiene de diferente de otros libros de temática carnavalesca?
–Tiene rigor, pero también guasa. Tiene datos y análisis históricos, pero también cierta ironía y humor. Tiene aspiración a ser una historia global completa, pero también cuenta los recovecos de la intrahistoria, los relatos secretos o borrados como los de la represión de carnavaleros por parte del franquismo. Es un libro e historia pero también un libreto. Recoge anécdotas y grandes hechos históricos, se habla de cakewalks, de los negros y negras de Cádiz, de los Villancicos Negros de la Catedral, de las cosas del Peña, de porqué lloró Paco Alba, de por qué no hay tantas autoras de carnaval, de que Camarón salió en una chirigota, de por qué Antonio Martínez Ares regresó al COAC, de por qué la calle es la calle... El libro termina en vez con un ‘Amoscuchá’ con un ‘Amoaleé’.
¿Cuál es el autor/a qué realmente le ha removido el alma?
–Muchos. Ojalá pudiera decir ‘muchas’, pero no. El que más me impresionado por su personalidad, genialidad y arte es Antonio Martínez Rodríguez, el Tío de la Tiza. Un máquina, un genio. Alguien a la altura de un músico que supo incrustar sus astutos e irónicos tangos en los silbidos de las criadas, en los tarareos de la clase obrera de principios de siglo XX. Y de forma anónima y discreta, sin golpes de pecho. Es el que se inventó todo: la coincidencia entre tipo y nombre, subirse a la batea... Lo que yo te diga: un máquina.
¿Y el que suele dejarte indiferente?
–Hay muchos que no logran conmoverme, sobre todo en el COAC debido a la repetición de las fórmulas o al excesivo manierismo de ciertas letras y músicas. El carnaval tiene esa cosa de ser una maquinaria que cada año arroja cientos de repertorios intrascendentes. O innecesarios, aunque escuchables. Algo que también me sucede en la calle cuando se nota la falta de recursos o el pinchazo en ironías y usanzas del cuplé. Aunque también digo que no se puede ser sublime sin interrupción, que diría un carnavalero llamado Baudelaire.
¿Qué considera que está sobrevalorado en el mundo del carnaval?
–Está sobrevalorada la competición, cierto veneno y mala baba, cierto solipsismo de componente que se cree el rey del mambo por cantar así o asá. Cierta pamplina de atención mediática con los focos y el personalismo. El creer que el que canta carnaval es un artista, que los hay y a mucha honra, pero que es cosa de lo individual. El carnaval es colectivo siempre. Está sobrevalorado el COAC desde la ignorante consideración de que ES el carnaval, olvidando a la calle, verdadera madre de la cosa. Está sobrevalorado el creer que se innova cuando en el carnaval (calle y COAC) está todo inventado. Está sobrevalorado el derrotista que dice que el comparsismo es gorgorito y tontería.
¿E infravalorado?
–Hay cierto tufo clasista de muchos intelectuales y gente de bien que desprecia/ha despreciado el carnaval por ser algo popular, con sus florilegios y sus bajundades, con sus cosas buenas y su emoción barata, sus descubrimientos y desastres. Considero que es gente que desprecia el carnaval por ser popular, por ser una forma de vivir de la gente, una forma de cantar la pena y reír en las fatigas, y por supuesto de ganarse la vida honradamente. Se infravalora la cantidad de talento de una ciudad tan musical como Nueva Orleans o La Habana. Se infravalora el poder del carnaval de, aún hoy, ser una crítica ácida y sagaz, volátil y embaucadora que siempre gana. Ser artista en Cádiz es difícil (escritora, pintor, comparsita) porque el nivel está muy alto y es muy exigente. Cualquier cosa no vale.
¿Cuándo empezó su pasión por escribir?
–Nunca empezó, estaba ahí. Yo quise ser músico o dibujante. Pero escribir estaba ahí. Desde que soy lo que llama un amigo "un pobre que lee" y dibujaba comics o rellenaba cuadernos de escritura automática sin parar. Considero la escritura como un deber con las otras, y un don. Una forma de vivir. Cuando me embarqué en este oficio siempre traté a la escritura como a una diosa antigua, una poderosa deidad a la que tenía que darle mi mejor trabajo, y que nada más que mi mejor trabajo sería suficiente. No es una carrera, no es fama, no son las ventas, no es el reconocimiento, no es salir en la prensa. Es un deber con los que te leen o te leerán, y un placer que se debe hacer bien.
¿Qué proyectos de futuro tiene?
–Publicar un libro ‘raro’, una novela experimento, un compendio de biografías de músicos que mezclan el espíritu de Pericón y el Beni de Cádiz con J.R. Wilcock, Borges y Roberto Bolaño, que mi querido Javier Galiana quiere musicar.
¿Es el carnaval cultura popular?
–Lo es, y de la más efectiva que hay. Es un arte marcial que gana siempre que se la mezcla con otras músicas como el rock (Los Rokeros de la Puebla), el regetón (Los Daddy Cadi), el flamenco o la música latinoamericana.
¿Cómo valora la gestión en este ámbito?
–Como sostiene Ramos Santana la gestión del carnaval ya es una forma de control sobre cómo hacer carnaval, de dónde cantar, qué cantar, que repertorio hacer, qué tiempo cantar. De ese control nace el concurso, las cabalgatas, los actos oficiales. ¿El debate sobre el Patronato y demás? Ni idea. ¿Sobre el museo? Estaría bien tenerlo. ¿Sobre el carnaval que viene? Ni idea.