Acabas de terminar de comer y ahora piensas que deberías haber dejado un poco del último plato. Culpable pero feliz, lleno pero no fatigado, enciendes la tele y te diriges a reposar un poco en tu sillón/sofá favorito. La televisión se conecta en la segunda cadena y a esa hora están los documentales de La 2. El león, en la cálida sabana está como tú, se ha comido parte de un ñú y jadeante, con los ojos caídos, reposando sobre la cálida arena, se le caen los párpados. De fondo, una voz varonil, pausada y casi susurrante, describe la situación en un modo monotonal y equilibrado. Has disminuido un poco el volumen con el mando de la tele para sumergirte en ese mundo, la persiana por el leve calor también está casi bajada, una suave, fresca, agradable y esporádica brisa acaricia tu cara, mientras tus ojos poco a poco se van cerrando. Pegando pequeños cabezazos de sopor (lo que los barbateños y barbateñas llamamos pescando), abres la boca, entrecruzas las manos sobre el abdomen, aumentan tus niveles de melatonina y dejas que Morfeo te secuestre en ese mismo instante para trasladarte al país de los sueños. A la media hora, un ruido inesperado, los anuncios de la tele o la disminución de esa melatonina hacen que despiertes de tu siesta y te sientas cargado de energía.
El sueño no es solo un periodo de descanso y relajación, también se puede considerar como un parámetro para medir el estado de salud de una persona. De hecho un sueño excesivo o el insomnio se asocia a enfermedades crónicas como la obesidad, hipertensión arterial, diabetes, síndrome metabólico, depresión y otros trastornos psiquiátricos.
El sueño, al igual que puede ser el tabaco, la dieta y el ejercicio, puede influir en el riesgo cardiovascular fundamentalmente en el sueño nocturno, pero también en el sueño diurno o siesta. La duración del sueño nocturno debe estar entre las 6 y las 8 horas, demostrando que las personas que duermen más o menos de esas horas presentan mayor riesgo de un infarto de miocardio o un ictus.
En cuanto a las siestas, aquellas personas que duermen siestas prolongadas presentan más probabilidad de sobrepeso y obesidad y mayor probabilidad de tensión arterial elevada. La falta de sueño nocturno, la ingesta de alimentos por la noche, un almuerzo abundante y usar la cama en lugar del sillón o el sofá, favorecen que las siestas sean más prolongadas de lo que se aconseja. Lo ideal para la salud es que la duración de la siesta sea de 15 a 30 minutos.
La siesta está grabada en nuestra memoria porque desde pequeños la realizamos y sus beneficios principales, siendo en tiempo no superior a 30 minutos, son: prevención de cardiopatías, reducción de tensión arterial, favorece el aprendizaje, aumenta la concentración, estimula la creatividad, facilita la resolución de problemas, mejora nuestros reflejos, nos hace ser más positivos, nos carga de felicidad. La explicación a que nos sintamos mal, aturdidos y cansados con siestas más largas, es que a partir de los 90 minutos de sueño entramos en la fase REM que es más profunda y si el despertar se produce en este periodo el cansancio es mayor. También es aconsejable la siesta a primera hora de la tarde para no alterar los hábitos de sueño nocturnos.
Así que ya saben, las siestas son recomendables. No como las de Dalí que duraban el tiempo de caerse el pincel que sostenía en su mano, ni las pijameras de cama que duran horas. Si echamos la cabezaíta sentiremos que nuestro cuerpo está en plena forma y tras un tiempo de despertar y reflexión podremos incorporarnos a nuestras actividades diarias. Ssssh ya dejo de escribir que este artículo te ha dejado somnoliento/a...