“Por fin trajo el verde Mayo / correhuelas y albahacas / a la entrada de la aldea / y al umbral de las ventanas / Al verlo venir se han puesto / cintas de amor las guitarras, / celos de amor las clavijas, / las cuerdas lazos de rabia, / y relinchan impacientes / por salir de serenata”. Así cantaba Miguel Hernández la llegada del florido mes en su Romancillo de Mayo, y quizá nunca como antes, en este 2022, tras el padecimiento de dos largos años de pandemia, sintamos tanto esas ganas de la gente por recuperar la ansiada normalidad, las ganas de fiesta, que se traduce de una forma especial en nuestras aldeas.



Eclosionan y renacen por doquier las fiestas de las flores. Propios y extraños vuelven a la aldea de sus ancestros para volver a dar vida a esas celebraciones que, si ya en los últimos años venían perdiendo afluencia y luego quedaron adormecidas por imperativo de la epidemia, ahora recobran su sentir, haciendo gala de ese sentimiento de pertenencia al terruño, que tan frecuentemente se da en nuestra patria chica.

Si hace una semana eran Venta de Agramaderos, Ribera Alta o La Rábita las que sacaban sus galas, este fin de semana ha tocado el turno a Las Grajeras que durante este sábado y domingo ha celebrado sus fiestas en honor a San Vicente Ferrer. En las Pilas de Fuente Soto se ha rendido culto a la Virgen de Fátima, cuya imagen volvía a recorrer las calles de la aldea. La misma advocación se ha celebrado en Peñas de Majalcorón. Mención especial merece la concurrida romería de San Isidro en Las Caserías, sin duda una de las más renombradas de nuestra comarca. Este 15 de mayo ha vuelto a vivirse parte del pasado esplendor, que reunía a cientos de personas en torno al patrón de los agricultores.



En definitiva, brotes verdes que anuncian un cambio de ciclo y el anticipo de un verano adelantado que ya nos convida.