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Hablillas

La capillita

A buen seguro que en alguna aparece la capillita o el lugar habitual donde se colocaba

Publicado: 27/11/2022 ·
18:29
· Actualizado: 27/11/2022 · 18:29
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Autor

Adelaida Bordés Benítez

Adelaida Bordés es académica de San Romualdo. Miembro de las tertulias Río Arillo y Rayuela. Escribe en Pléyade y Speculum

Hablillas

Hablillas, según palabras de la propia autora,

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La instalación del mercadillo navideño en la Alameda pelea amigablemente con el mundial de fútbol echándole el pulso a la tarde, pelea con vencedor sin pugna y de antemano, porque esa alineación en nuestra plaza, ese grupo de techos a dos aguas es el santo y la seña del invierno. Hace tiempo que ese aspecto puntual se acoge con el agrado y la ilusión de la Navidad, la fiesta más entrañable. Este año podrá verse desde el tranvía, durante el cruce lento y espaciado por la alameda, la parte de un paseo que permitirá apreciar el exorno que vertebra La Isla desde la Ardila al castillo de San Romualdo, brillando con el sol del mediodía y alumbrando al anochecer.

Retomando el comienzo de la hablilla pasada, será porque el frío aún no es hielo molido, será porque nos viene el olor del aceite anisado y ese calor especial y tan distinto en la cocina, que la memoria se dispara de nuevo al haber visto, después de muchos años, la capillita itinerante colgando de la mano del encargado de portarla hacia otra vivienda. Y vuelve la devoción del vecino, la llama de la lamparilla temblando, cambiando la cara de la virgen al mover tímidamente la sombra, una estampa que ilustra la niñez de cuantos peinamos las canas sesenteras, una postal que aún reluce.

Sin embargo, se hizo rara la imagen de aquel fanal protegido por un estuche de madera bandeándose por encima de las líneas negras de seguridad, estampadas en el pavimento limitando el inicio del peligro de atropello. La campana del vehículo la empujó bruscamente a un lado y se perdió entre la gente con el paso aligerado por la calle de siempre, un tanto distinta aunque no tan lejana de la que conoció. Las cosas de siempre ocupan su sitio y la memoria evita el olvido porque alguien las recuperará, aunque solo reciba un fogonazo. No hace falta más para evocar un momento y cuanto le rodea, por eso esta capillita, los madroños que no teñían de rojo la plaza, los arriates, los bancos y sus azulejos permanecen imborrables, aunque el entorno se haya modernizado.

 Los días venideros se prestan a la cálida tarea del recuerdo. Entre lazos adornando paquetes, zambombas, reuniones familiares y paseos habrá que descansar. La propuesta es llenar ese hueco de tranquilidad e imágenes, las ocultas en la caja de las fotos y si son en blanco y negro, mucho mejor. Los tonos y los detalles nos emocionarán hasta el embeleso y muchos de ellos se engancharán a los ojos para contarnos tanto desde ese silencio tan brillante como el charol.

A buen seguro que en alguna aparece la capillita o el lugar habitual donde se colocaba.

 

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