A menudo escuchamos una historia que nos motiva a perseguir nuestros sueños de asentar una carrera literaria, y es la de tal autor o autora que recibió decenas de rechazos editoriales y luego acabo vendiendo millones de ejemplares del libro rechazado. Esto no sucede en España. Tu novela puede ser muy buena y ser rechazada por un montón de editoriales, pero existen muchas diferencias con el mercado anglosajón. En España no hay muchas editoriales capaces de hacer de ti un escritor profesional. Para eso hace falta vender decenas de miles de copias que te proporcionen decenas de miles de euros a comienzos de año, cuando te presentan la famosa hoja de Excell con tus royalties.
Si te rechazan, digamos, las 10 editoriales con mayor capacidad, la editorial que te acabe publicando sacará al mercado cientos de copias, con suerte en los escaparates de una docena de librerías, si es que alguna vez tocas escaparate, donde tu libro se enfrentará a la distribución de las obras de las editoriales que te rechazaron, y la distribuidora que mueva tu libro tratará mucho mejor a estas obras. No se puede construir una carrera profesional con cientos de copias de las que el lector solo verá el lomo. Sin embargo, en los concursos que son honrados, y estos son la inmensa mayoría de los concursos, compites en igualdad de oportunidad con todos los demás que se presentan, no hay nombre que decante las decisiones ni presión de las distribuidoras ni perro que les baile a los consagrados. A poco que sea el premio, seguramente sacarás más dinero que lo que podrías vender con cualquier editorial que no sea una de las grandes, y que además apueste claramente por ti. En este contexto, los concursos son más rentables que los envíos editoriales, y en ellos concurre un factor muy interesante: el jurado no apuesta su propio dinero. Esto quiere decir que su mente estará más abierta a propuestas transgresoras, arriesgadas, que combinen géneros, soplos de frescura que los alivien de la lectura obligada de un montón de historias mediocres que también han concursado. No se tienen que guiar por criterios de mercado ni atender al número de páginas de la obra, que limita el precio de producción, más allá de lo que marquen las bases.
Los miembros del jurado ofrecen los ojos de un lector, no los de un empresario, por más que yo piense que los empresarios deban mirar las obras con ojos de lector. Imagino que debe ser difícil apostar decenas de miles de euros a la publicación de una novela sin tener un asiento de criterio empresarial en el que basarte, pero es que así funciona el negocio en el que uno decide meterse cuando levanta una editorial. Este, intuyo, también es uno de los motivos por los que las grandes editoriales se lanzaron a combatir la piratería, no tanto por la piratería en sí, sino por el nicho del que proviene, que es ni más ni menos que el de las copias digitales de los libros, nicho que permite la autoedición. Y en la autoedición están mano a mano los autores independientes con las grandes editoriales, compitiendo en el mismo escaparate sin una enorme distribuidora que pueda decantar la balanza y atraer los ojos de los lectores. Es un nicho controlado por un infinito jurado que mira las obras con ojos de lector, no de empresario, y que aplaude el riesgo y la novedad, pero que sigue penalizando a los autores autoeditados con el posicionamiento carente de prestigio de la tercera división del mundo editorial. Entonces, lo que quedan son los concursos, que ofrecen dinero y a la vez prestigio, cuando son honrados, que son la mayoría. Pero no debería ser así. Deberíamos tener un tejido editorial fuerte que funcione a varios niveles y que se pueda permitir publicar con ojos de lector y competir en justa lid en los escaparates. Un tejido profesional.