La elegancia es uno de los trajes de noche que luce la “dama metafórica”. Nadie como ella es capaz de disimular las excrecencias o desviaciones que puede sufrir el cuerpo humano. La elegancia es gracia y estilo, delicadeza y distinción. Desde su origen, todas las calidades y hechos tienen su acera contraria, su antónimo. El Paraíso no pudo librarse de la serpiente. La vida actual no es precisamente paradisiaca, aunque la “ley de amnistía” quiera hacérnoslo creer, porque hay un serpenteado de vulgaridad que la quiebra. La elegancia y la calidad han sido sometidas a división y ya no alcanzan ni la mitad de su valía, llegando a ser figuras de poco mérito, tirando a malo, es decir, definirse como mediocres. No llames al mediocre para hacer ninguna labor porque no la hará bien, pero tampoco cambiará porque se le indique como realizarla, al contrario, culpará a los demás y seguirá haciendo lo que a él más le gusta, lo trivial y ordinario. Desgraciadamente hay mayoría. El voto sigue siendo indicador de cuantía, no de progreso.
La moda, que es cambiante y sin núcleo esencial, aunque es seguida con ciego fervor, solo en escasas ocasiones aúna encanto y belleza. La moda la mide el tiempo y la ridiculiza el recuerdo. La elegancia y la belleza, combinando cuerpo y alma, son perdurables.
Estamos en una época de tendencias emblemáticas que marcan hitos.
Trendy,
fashion o
cool son anglicismos algo distintos en su significado, pero que cubren con las cobijas de la modernidad al que los pronuncia, las más partes de las veces sin retener en su memoria que se trata solamente de “algo que se lleva ahora” y que mañana puede ser distinto. Muy repetida, pero cada vez más palpable y real, es la frase “la mentira admitida universalmente, se transforma en verdad”. La verdad, si no se utiliza, es un caracol en la carrera del progreso y la evolución.
Marzo es un mes con encanto. Freno y acelerador de invierno y primavera respectivamente. Frío y nieve han sido los cálices y pétalos de la flor del invierno. Con su luz y color nos espera la primavera.
Cuando el cuarto de estar de los hogares no había sufrido todavía la invasión de las ondas de radio y de las imágenes audiovisuales, sobre sillas de anea, la familia unida jugaba a la lotería -el bingo actual- y cuando se cantaba el número 19 todos repetían al unísono: San José.
San José precede a la aparición de la primavera en dos días. Era una de las principales fiestas del año, junto a Corpus, Jueves Santo o las fiestas navideñas, pero se ha ido diluyendo y hoy día solo Castellón, Valencia, Alicante, Murcia y El Espartal (Madrid) la conservan como tal. Andalucía, que siempre fue la “tierra de los pepes y Don José”, no muestra el antiguo colorido rojizo de este día, que ha perdido su encanto sumergido en el bosque de los oscuros signos gráficos del calendario. Hay además como una cierta aversión a que las nuevas criaturas lleven este nombre, aunque la tradición familiar sea de siglos y a pesar de ser uno de los cuatro nombres, según estadísticas, mas utilizados e importantes del país. Ahora Hugo, Martín, Mateo o Lucas ocupan esos lugares. Y cada día son más frecuentes aquellos que consideramos como raros -Luz Divina, Martina, Enzo o Bruno- o los que están fuera de los márgenes del santoral. San José Obrero festivo el día uno de mayo, desde 1955 -Papa Pio XI- es en realidad fiesta conocida en el mundo entero y conmemora la trágica lucha de los “mártires de Chicago”. Modismos, moda y la absurda interpretación del “modernismo” siguen derribando muros tradicionales.
También y antes que la abeja haga de “cartero portador de polen” desde el emisor al receptor de cromáticas corolas tendremos -gracias a que la Semana Santa está incluida en sus días- un mes de marzo que nos ofrecerá el ya tradicional pregón de la misma.
No me gusta la palabra pregón y acepto sin entusiasmo todo lo que le rodea. Creo además que debieran ser las naves de Iglesias y Catedrales los únicos lugares, ocupados por serios cofrades y fieles creyentes, en donde exponer tal disertación, porque se trata de relatar una verdad cierta e infalible trágica y ejemplar, auténtica realidad y no una representación, más propia de salones o escenarios teatrales. Hay que evitar que sobre una efeméride que nos recuerda la cruenta e injusta secuencia -acusación falsa y engañosa, deliberación injusta, sentencia promovida por la masa y emitida por cobardía, castigo, doloroso itinerario, cruz y muerte- pueda crecer y expandirse en ella, un aroma invisible, cuya esencia nos haga pensar que cofradía y religión (Iglesia) siguen caminos paralelos, líneas separadas,mientras el protagonista del acto muere por haber anunciado una “buena nueva” que habla de encuentro, unión y amor. La mediocridad es empecinada y rocosa y continuará manteniendo su mayoría, por más que se le indique que creencia, fe y evangelios son sentimientos más íntimos que pregonables. El “César” sabe lo que es del César y no lleva sus debates parlamentarios a catedrales o claustros de iglesias.
.