Ya hace treinta años. En ese tiempo, apareció recogida en el CREA (Corpus de Referencia del Español Actual) el término “alipori” que entra a formar parte del Diccionario de la Lengua Española. En él se cataloga este término como una manera coloquial para denominar la expresión “vergüenza ajena”, que es lo que uno siente por lo que en algunas situaciones hacen o dicen otras personas, produciendo decepción y rechazo. El “alipori” tiene capacidad para “germinar” en cualquier punto del planeta, pero nunca alcanza tan exuberante plenitud, como lo hace en las “campañas electorales”. No es el insulto, una dolencia de la que hemos aceptado su cronicidad, lo que más hiere a pesar de tener su “dolo judicial”. Lo que verdaderamente produce indignación, sin necesidad que el Código Penal lo confirme, es el volver a utilizar de forma reiteradamente irritante, tanta vida perdida en una repugnante confrontación fraterna. Pueden aparecer nuevos libros, ediciones de volúmenes cada vez más extensos y comprometidos con la verdad y realidad de aquella contienda, que nunca serán leídos por aquellos cuya cultura cubierta por el viejo e impermeable barniz de los rencores, se quedó enquistada en ideales que debían producir alipori, el solo pronunciarlos.
Que triste y ridículo es hablar de hojas secas en primavera. Lo ideal es hablar de la frondosidad que ellas tuvieron cuando aún no eran láminas inertes sobre el barro (todas, sin excepciones partidistas) y ver con alegría como en la actualidad no ya sus hojas hijas, sino sus nietas, vuelven a lucir el selvático laberinto de sus ramas hojas y flores. El rencor, el odio o el resentimiento no son una herencia, no hay leyes de Mendel en ellos, sino una mutación y motivación externa, hecha con restos de sangre y tragedia. Vergüenza ajena y alipori debían de repasarse, antes de empezar un calendario electoral, por la extensa franja de candidatos que abarca desde el presidente al ciudadano de a pie. No llego a confirmar si las mascotas son objetos falsos y fríos sobre los que depositamos nuestro cariño a falta de un objeto legítimo humano, como parece indicar el griego Plutarco de Queronea. Sí creo que hay una clara desproporción entre el desmesurado amor por los animales y la cada vez más escasa y débil relación de ternura entre los elementos que componen las familias o los que intentan lazos de amistad. Lo cierto es que gusta convivir con los animales y me parece ridículo el denominarles mascotas, término que les convierte en objetos de consumo de los que disponemos como y cuando nos parece, anulándole su calidad de seres sintientes, que es el ideal que hoy día quiere conseguirse.
Es el camaleón una agradable y variopinta compañía. Encanta su habilidad para cambiar el color de su piel y lo hace con dos fines muy diferentes, el esconderse de depredadores y el llamar la atención de la hembra. El ser humano tiene más limitado el cambio de color de su epidermis y de modo natural sólo lo hace bajo el influjo de las radiaciones infrarrojas o ultravioletas. Patológicamente, ya es distinto. Sin embargo, si le es fácil el cambio de su envoltura artificial, de su indumentaria y el paso de una chaqueta azul a otra de color rojo o blanca se realiza a veces en un tiempo menor que el que separa al relámpago del trueno. En este país es muy frecuente haberse vestido a lo largo de la vida, y según el viento reinante, con los tres tipos de colores. Somos magos en la utilización del mimetismo y el camuflaje donde siempre existe un fondo engañoso que sería el organismo modelo y un incauto, que como siempre es el engañado, aunque hay que decir que lo es por propia voluntad, por ciego empecinamiento. Esta ha sido la vía de muchos líderes y de masas de ciudadanos con devoción de palmeros.
Pero no es lo más sobresaliente del camaleón sus células cromatóforas, ni el movimiento independiente de sus ojos que le permiten visión de 360 grados, sino las características de su lengua, dos veces más larga que su cuerpo y que la mueve con una rapidez inusitada, pasando fácilmente de 0 a 96 kilómetros/hora en centésimas de segundo. Velocidad de proyectil, embadurnado de sustancia viscosa, suficiente para atrapar los insectos que sostendrán su sustento diario.
El ser humano no precisa esa longitud de lengua, ya que es consciente de que los sonidos que articula la misma alcanzan una distancia, hoy día favorecidos por las ondas electromagnéticas, diríamos que inconmensurable. Un verdadero milagro para relaciones entre humanos. Pero también un motivo de controversias, reyertas, agitaciones, revoluciones de todo tipo, acusaciones, condenas y tragedias de lutos inolvidables. La voz ha sido y es factor de mayor morbilidad y mortalidad, que misiles y objetos atómicos a los que predispone. Nuestro país tiene en los sonidos que esta voz emite el factor de riesgo de primer orden para la aparición del odio y sus terribles delitos y, sin embargo, no sólo permitimos, sino que nos dejamos embaucar por ellos campaña tras campaña electoral, No obstante, considero que en un principio las personas que quieren ocupar “puestos de poder” - candidatos electorales - lo hacen poniendo en ello sus mejores cualidades y deseando alcanzar los mejores fines. Son verdaderos instrumentos musicales, guitarras de finas y suaves cuerdas, que nos prometen dulces sonidos, pero el problema es que se dejan tañer por una mano negra, la mano negra de los ideales rudos, cerrados, añejos y vengativos, cuyos sonidos anárquicos nunca alcanzarán el grado de melodía y cuando para querer alcanzarla se utilizan notas frías extraídas de inocentes y mártires cadáveres, es cuando el alipori alcanza su grado más indignante. En la Antigua Roma a los que así actúan se les diría: “echarlos a los leones”. En España, aquí y ahora, hemos de decirle: “salgan ustedes del lugar que dos leones custodian a sus puertas, porque no sois dignos de formar parte de las Cortes Españolas”.