La Fiscalía de Sevilla ha solicitado una pena de once meses de prisión y el pago de una multa de 4.500 euros para el sujeto que el 20 de junio pasado se abalanzó sobre la imagen de Jesús del Gran Poder, arrancándole un brazo a la finalización de una eucaristía. Al margen de la pena que se solicita, lo verdaderamente singular del dictamen es la tipificación en sí del delito, ya que considera que el individuo, además de provocar el lógico daño moral a los fieles, también atentó contra un bien cultural.
La imagen de Jesús del Gran Poder está firmada por Juan de Mesa y fue tallada en 1620. Estamos por tanto ante un verdadero icono del arte barroco andaluz. El odio visceral que ciertos sectores de la sociedad manifiestan hacia todo aquello que tiene que ver con la religión católica lleva a muchas personas -carentes de cualquier tipo de sensibilidad artística e interés por la cultura- a confundir lo devocional con lo patrimonial. Y el Señor del Gran Poder suma a su valor devocional su sobresaliente interés artístico. Lo primero no tiene por qué ser compartido -aunque sí respetado- por aquellos que no abracen el credo católico. Huelga decir que lo segundo sí debe ser tenido en cuenta por el común de los mortales.
Nadie entendería que a un alérgico al polen se le ocurriera pintarrajear los lirios de Van Gogh. Ni que un republicano le metiera un navajazo a Las Meninas de Velázquez. De seguro que de producirse tales afrentas, tanto uno como otro darían con sus huesos en un calabozo.
El Estado democrático funciona, aunque a veces presente lagunas. No puede decirse lo mismo de épocas pasadas que la TVE de Zapatero se empeña en presentar a los contemporáneos como idílicos periodos de conquistas sociales, cuando en honor a la verdad sólo sirvieron para constatar el fracaso del cainismo español.
Fue entonces cuando los andaluces perdimos buena parte de la vasta herencia cultural y artística que nos habían legado los genios del barroco: Juan de Mesa, Montañés, La Roldana... Cuántas obras de arte se perdieron como consecuencia de la salvaje actuación de las algaradas revanchistas. En el siglo XXI, bien está que quienes atentan contra el patrimonio deban rendir cuentas ante la Justicia.
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