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Desde la Bahía

Efemérides de septiembre III

De nuevo somos diferentes, aunque esta vez sea para gloria de la nación y sobre todo de nuestra Isla

Publicado: 22/09/2024 ·
16:31
· Actualizado: 22/09/2024 · 22:49
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Autor

José Chamorro López

José Chamorro López es un médico especialista en Medicina Interna radicado en San Fernando

Desde la Bahía

El blog Desde la Bahía trata todo tipo de temas de actualidad desde una óptica humanista

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Será España diferente, como decía el slogan ideado por el embajador y comisario de turismo Luis Bolín y puesto de moda en la década de los sesenta del pasado siglo. La creencia general es que sí lo es, pero como existen corrientes contrarias a esta afirmación, al menos somos extraordinariamente variables, ilusos en ocasiones, demasiado materialistas en otras, justo o fraudulentros en consonancia con los vientos reinantes en cada época y muy dados a abolir todo aquello que consideramos absurdo o bochornoso en los demás y poner en pedestal todo lo que uno realiza. Obras, hechos o hazañas, las medimos con la vara que hemos construido, no sirviéndonos la del sistema admitido por todos.

Tiene gracia Miguel de Cervantes, cuando indica que la finalidad de su central personaje, Don Quijote, era la de querer acabar con la moda que había en su época de leer libros de caballería. Bendita moda. Al menos se leía. Hoy día los lectores tienen un sentido figurado, pseudointelectual y fraudulento, en el sentido de tener bastantes libros, que no han conseguido que nadie le abriera sus páginas para demostrar su valía. Bien es cierto que su obra -El ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha- ha sido extraordinariamente leída, pero es debido a su cortedad, por eso todo el mundo se la sabe de memoria, porque su contenido, según la intelectualidad presente, naciente y poco competente en importante porcentaje, es: “En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme”, lo demás, como las pequeñas letras de los contratos, ni siquiera se mira.

Los personajes de esta obra, Hidalgo - Don Quijote - escudero -Sancho- que en principio son enormemente diferentes incluso físicamente, uno es alargado, pálido, de nariz puntiaguda, barba y bigote, honesto, solidario, justo y amante de la virtud, el otro es bajito y orondo, glotón y bebedor, con sentido del humor que miente más que habla y cuando le conviene. Lo curioso es que ambos acabaron padeciendo un trastorno psicopático compartido, una afección delirante persistente, paranoia también conocida como Folie a Deux, raro síndrome por el que una persona que convive demasiado cerca con la padecedora de este proceso acaba desarrollando sus mismos síntomas. No ocurre lo mismo en la actualidad, donde los colores rojos y azules del parlamento no encuentran una silla que mezclándolos adquieran un tinte válido para todo tipo de inclinaciones idealistas.

El río pide la presencia del puente que haga posible la deseada unión entre ambas orillas. El puente es sólido e inamovible, como debe ser toda idea que de verdad persiga una unidad persistente. El río renueva cada día su agua, como debe hacerlo cada uno de los ciudadanos de una nación, principalmente los elegidos para el poder y la legislación. Pues bien, en este país somos muy dados a construir el puente antes de que haga su aparición el agua o que nunca llegue su cauce a pasar por debajo del mismo. Otras veces el agua, sumida en su alboroto, no desea la injerencia de un puente que quiere que se reconduzca. Unidos tendrán utilidad y belleza. Separados son absurdos o problemáticos.

Veinticuatro de septiembre de 1810. Iglesia Mayor isleña y teatro conocido entonces como Corral o Comedias van a quedar como lugares históricos de capital importancia al convocarse en ellos las Cortes de Cádiz, cuando solamente Cádiz, San Fernando y Alicante eran las únicas ciudades (La Isla era todavía pueblo “y a mucha honra”) no conquistadas por las tropas napoleónicas. Este día se reunieron por convocatoria de la Regencia de España, que ejecutó el mandato de la Junta Suprema Central, 102 diputados repartidos entre 56 propietarios y 46 suplentes que abren el periodo del Constitucionalismo en España y cuyo resultado final fue la elaboración de la primera Constitución Española. Inspirada en la Constitución de 1787 de Estados Unidos, en la Declaración de Derechos de Virginia y en la Constitución Francesa de 1781 se convirtió en la tercera Constitución del mundo. Pero en ese año de 1810 Napoleón había creado cuatro gobiernos militares en los territorios al norte del río Ebro, el territorio que más le interesaba de la península y que tenía anexionados: Cataluña, Aragón, Navarra y Vizcaya. Su hermano José Bonaparte, nombrado rey por el emperador, tras las abdicaciones de Bayona, había hecho su entrada en Sevilla el día 1 de febrero e inició un viaje por tierras andaluzas. Mientras caían ciudades como Astorga, Lleida, Ciudad Rodrigo, a las que le siguen Olivenza, Badajoz y más tarde Valencia. La zona más al sur, el cono inferior de la península, rota por Napoleón la alianza franco-española tras el desastre de Trafalgar, era zona en la que el poder naval inglés y la cercanía portuguesa, desde el punto de vista guerrero, tenían bastante que decir.

No se trata de recordar en este corto espacio de opinión los detalles de la mal llamada Guerra de la Independencia, sino queriendo reflexionar como ahora se hace con toda la historia de España, pero jamás con la intención de degradarla, contrasta, como en alguna ocasión recordó algún parlamentario, que un pueblo, el español, dominado en casi toda su extensión por el poder del ejército francés, piense en una Constitución, una libertad de prensa o una abolición de la Inquisición, cuando  lo que se necesitaba con extrema urgencia era la expulsión mediante la fuerza, no había otra manera, del enemigo francés, que nos engañó traidoramente con el pretexto de que enviaba refuerzos a su ejército que ocupaba Portugal. De nuevo somos diferentes, aunque esta vez sea para gloria de la nación y sobre todo de nuestra Isla, que recibió como recompensa el título de ciudad, pero que fue, si no ninguneada, si olvidada el día que se proclamó la Constitución de 1812, fiesta de San José, mañana lluviosa, donde unos de los puntos de anunciación de esta Carta Magna debió ser en nuestro ahora Real Teatro de las Cortes.

No sé cuál puede ser el pensamiento de tantos modernos progresistas, de una Constitución en la que se jura, rodilla en tierra y ante la Biblia, que la religión católica es la única de la nación sin admitir ninguna otra, en la que se habla de la integridad de nuestro territorio, hay escaso recuerdo hacia los derechos de la mujer y el derecho a la libertad de reunión o asociación no eran reconocidos. Por menos, se tacha de fascista a cualquier comunicado hecho en la actualidad. Por eso es tan importante y no sé cuándo el sentido común nos lo va a ser creer, que para opinar de la historia hay que conocer muy bien, cuál era la forma de vida y opinión en aquel momento, no en el presente y saber la importancia que tuvo la Constitución de 1812, tercera del mundo, aunque canallescamente, no hay otra palabra, fuera derogada por el Rey Felón dos años después, pero no hay que olvidar a todos aquellos que comenzando el dos de mayo de 1808, que debía de ser tan bien recordado como lo hacemos con este 24 de septiembre de 1810 y cuya efeméride no debió anularse a nivel nacional, los que finalmente y tras la batalla de Arapiles como punto más álgido de la expulsión, acabaron con el falsario rey José I y el soberbio emperador, que finalmentre reconoció que se equivoco al menospreciar el valor y la calidad humana de los españoles. Somos diferentes, qué duda cabe y en ocasiones -más de las deseadas- repetitivos y contradictorios.

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