Casi todo lo que nos rodea es política. Desde la imposición de aranceles de Trump manoseando al mundo cada día cual chimpancé amolda plastilina, hasta en ese ámbito más local donde se establecen jerarquías que gestionan una política municipal que es la más cercana al ciudadano. Lo uno y lo otro importa, afecta, nos rodean personas que toman decisiones y lo hacen en un sistema que no está, en absoluto, regulado, es el único sector que no admite reforma y que se pasa la vida reformando lo demás, nunca a sí mismo. Los que tienen el poder no quieren cambiar el sistema que les permite tener el poder y los que no lo tienen lo quieren cambiar hasta que lo tienen, entonces desisten de la idea inicial. Así de simple.
Y esta paulatina degeneración procrea liderazgos populistas que arrasan y en poco generar turbulencias de ámbito mundial; Trump en solo unos meses ha logrado lo que Europa no en siglos y es juntar y poner de acuerdo a los europeos bajo un mismo interés, aunque éste sea el de la seguridad. La vieja Europa, con sus 50 Estados soberanos y entre los cuales se encuentran algunos de los más antiguos del mundo, se reagrupa y mastica la idea de que el futuro en este mundo globalizado pasa por fortalecer su unión, por defender su interés comercial y consumir sus productos, por protegerse, por sentirse de verdad europeos pese a que un vikingo danés y un pescador de Punta Umbría se parezcan lo mismo que un neoyorquino de Manhattan y un texano del desierto de Chihuahua. El nuevo orden mundial ha llegado y ante Trump, la Rusia de Putin, China, India, todo Asia, el mundo árabe y otros elementos discordantes, la sensatez y el orden que reina en Europa, a la que se sumará sin duda Inglaterra más temprano que tarde después de estos movimientos mundiales, son esenciales, pero Europa debe encajar dentro de sí misma como concepto único y unido.
La política necesitaría también una reformar ética y estética urgente y, quizás, usar la inteligencia artificial en lo bueno que pueda ofrecer y no al contrario: la Gaza de Trump, ejemplo del esperpento soberbio del concepto político norteamericano actual, o los vídeos con los que el PP critica a Pedro Sánchez. ¿Un partido que aspira a la presidencia del Gobierno de la nación y que usa semejante basura? ¿Este es el camino, el ejemplo? ¿Con ello no invita al resto de los españoles a actuar del mismo modo ante posibles adversarios? Se pierde toda la razón cuando se pierden las formas.
Primarias PSOE. En el otro extremo, la política local. El PSOE afronta este domingo su proceso de primarias en aquellas provincias donde el consenso entre las listas enfrentadas no han encontrado rescoldo. Jaén y Cádiz, sobre todo.
5.800 militantes en Jaén han de decantarse entre el alcalde de Arjona, Juan Latorre, que es el candidato avalado por el actual secretario general y presidente de Diputación Paco Reyes y, también, por el adjunto de organización en Ferraz, Juanfran Serrano, y la parlamentaria Ángeles Férriz, que le ha echado narices a la cosa al enfrentarse a la estructura orgánica de una provincia donde el socialismo se vive con intensidad. Es la provincia de Gaspar Zarrías, Micaela Navarro, Elena Víboras, María del Mar Moreno, Felipe López o Paco Vallejo, también la de Paco Reyes, el último lobo solitario que lanzó a Latorre pensando que si tras él saltaba el zorro siempre podría postularse para continuar él en pos del consenso. Pero no ha salido y, al final, Latorre y Férriz se la juegan en urnas: uno es el continuismo avalado y la otra el verso libre que ha retomado la senda de Jaén para hacerse fuerte en su provincia toda vez que la portavocía parlamentaria estaba reservada para su íntima amiga María Márquez, que no se ha pronunciado en este proceso y que espera que Ángeles, su amiga, gane. Montero seguramente parte de la idea de que renovar es mejorar y aunque el perfil suelto de Férriz no parece de su total agrado, Reyes tampoco lo es y en el recuerdo permanece que fue él quien se postuló a recoger las firmas en apoyo de Susana Díaz contra Pedro Sánchez. Su Pedro -el de María Jesús-. Gane quien gane, Montero le abrazará con fervor haciendo ver que era su elección.
Los 4.768 militantes en Cádiz están llamados a votar entre Ruiz Boix, actual secretario general y alcalde de San Roque, y Javier Ruiz Arana, alcalde de Rota que encabeza el sector de los críticos. Para algunos lo de Cádiz es como el milagro de los panes y los peces porque todos aseguran tener el setenta por ciento y o se han multiplicado o alguien está metiendo piedras camufladas entre las lentejas.
La clave estará en el porcentaje de participación, en la capacidad de movilización de cada grupo con respecto a sus teóricos simpatizantes, en los restos porque contar los votos completos de una agrupación es un error dado que siempre hay versos que recitan sin batuta y, también, en el control de los interventores, que dinamizan, agilizan, controlan, ayudan.
Boix controla agrupaciones grandes como Algeciras, San Roque y parte de Jerez, Arana otras como Cádiz, San Fernando, Chiclana y buena parte de Jerez. Jerez es clave y en Jerez se juega otro partido, el de su congreso local donde los dos sectores se enfrentarán por el poder local y por la candidatura posterior a presentar en las municipales frente a García Pelayo. De un lado, el sector de UGT, donde además están históricos como Casto Sánchez, Bermúdez y demás que barajan la idea de que sea Israel Pérez su candidato a secretario general; de otro, el sector de Mamen Sánchez, afín a Ruiz Boix, del que podría salir la candidatura en el congreso local de José Antonio Díaz tras quedar abortado, en principio, el amago de Jesús Alba, muy cercano a Sánchez. Al igual que Boix quiere controlar la agrupación, si gana el domingo, imponiendo a Santiago Galván, alcalde de Zahara se la Sierra y que fuera concejal de Hacienda con Sánchez hace unos años. Algo que ni a unos ni a otros gusta un pelo. Jerez votará en claves personales, unos o unas, y encauzando su congreso local, otros.
En definitiva, tal vez si Trump paseara su corbata extensa -chillona y muy hortera- por la calle Larga hasta desembocar en Arenal, pidiera un amontillado tipo El Tresillo de Hidalgo, maravilloso en su infinita sutileza, y charlara sobre las claves del socialismo jerezano saboreando unos chicharrones al corte, jugosos, se pensaría dos veces esto de zarandear al mundo con sus locuras y, al menos, determinara no imponerle aranceles al vino. Eso nunca, Donald.
