Hay lugares donde el carnaval, no es una fiesta, sino un estilo de vida. En ellos se baila siempre con el objetivo de pisar al resto; se juega a desfigurarse el rostro al identificarse con sus múltiples máscaras. Hay lugares, donde triunfan las sombras iracundas de las frustraciones, donde nada es lo que parece, y lo que parece, es un sueño sin sueño. Hay lugares, donde se adora con devoción en la capilla de la mediocridad, donde el ejercicio del control, se expande como una hidra sigilosa.
Hay cuentos donde el ratoncito Pérez, si pudiera no dejaría ni un sencillo obsequio, pero se llevaría hasta los dientes. Hay posicionamientos con férreos pilares de piedra yerta, donde una cebra no es una cebra, sino el caballo blanco de Santiago. Hay quienes instrumentalizan, cosifican, reducen e inspeccionan con una obsesiva hipervigilancia. Nadie puede superarles, ni una molécula pasa inadvertida si les hace sombra. Todo es suyo, y si en un gesto, lo hace delegable, su ceño vierte una mueca de desprecio. Hay quienes bajan del Olimpo a Narciso cada vez que se reflejan en sus innumerables espejos, exhibiendo joyas enlutadas de reconocimiento. Fagocitan adulaciones, vomitan discursos retóricos, frases barrocas, interrogantes incisivos. Señalan, buscan, vigilan y rastrean todo vestigio de palabras libertarias…para quienes se atrevan a mostrar algo de felicidad serena, les empujan a la periferia. El margen será la estación más próxima, las palmaditas en la espalda, son los besos de su santo Judas. Hay quienes empapelan su cuerpo de títulos, pero dejan su conciencia ética, tirada en el último contenedor del limbo. Aunque sus glorias brillen ahora con fuerza, siempre que las hayan obtenido apagando otras luces, más próxima será su declive. Como expresó Ángel González en su poema Mensaje a las Estatuas: “Vuestra arrogancia […] acabará un día. El tiempo espera por vosotras también. En ella caeréis por vuestro peso, seréis si no ceniza, ruinas, polvo y vuestra soñada eternidad será la nada”. Tenemos que ser “con”, no nos permitamos ser “sin”. Nadie es imprescindible. Si algo se aprende con el sufrimiento de la injusticia, es que no debemos ser estatuas, sino tierra fértil. Que nuestra mirada sea paisaje de encuentro…que quienes sean una órbita cementerio, dejen ya sus aquelarres, que recuerden que aparte de aprender en la escuela a dividir y restar, también les enseñaron lo positivo de multiplicar y sumar. Hay que dignificar el papel de cada persona en todos los ámbitos de la sociedad, dignificar su libertad, sin acosos ni persecuciones. Que se pongan en todos los tablones del mundo, el derecho a Ser íntegramente, que nadie obligue a nadie a ser una calcomanía de los dictámenes de quienes degustan y paladean el abuso del poder.
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