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Lunes 25/11/2024
 
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La escritura perpetua

Santiago Carrillo

: Santiago Carrillo era el hombre alegórico del proletariat español (Marx escribía proletariat). Santiago Carrillo Solares murió el martes de viejo en su casa de Madrid, pero no de nicotina, porque fumó y fumó siempre, hasta el último momento, de modo que el cigarrillo era una prolongación física de

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: Santiago Carrillo era el hombre alegórico del proletariat español (Marx escribía proletariat). Santiago Carrillo Solares murió el martes de viejo en su casa de Madrid, pero no de nicotina, porque fumó y fumó siempre, hasta el último momento, de modo que el cigarrillo era una prolongación física de Santiago como el eurocomunismo era para él una prolongación intelectual y política.
     Cuando conocieron su fallecimiento, los Reyes visitaron inmediatamente la casa del comunista muerto, para dar el pésame a la familia, y ahí se puso punto y final a una España de altura, de valores, de entendimiento, de cultura y de política/política: aquel país de la Santa Transición en la que los monárquicos, los socialistas, los comunistas, los carlistas y la derechona, todos, pactaban el futuro con generosidad y grandeza mientras Ramoncín entretenía al personal con un concierto en el campo del Rayo Vallecano.
     Era una España inmensa, en la que todo parecía posible/imposible, con los escaños del PCE en el Congreso ocupados por Carrillo, Dolores Ibárruri y Rafael Alberti. Carrillo ponía la política y la ideología, y el padre Llanos, el cura rojo, arengaba a los fieles que cada domingo acudían a misa. La Pasionaria y el padre Llanos se reunían una vez a la semana y se dice que hablaban mucho más de Lenin que de Cristo.
     Carrillo llegó a España de incógnito en 1976 acompañado por el empresario Teodulfo Lagunero, quien un año después fundó la revista ‘La Calle’, que en la publicidad se autoproclamaba como ‘la primera a la izquierda’, una publicación semanal llena de política y cultura, de eurocomunismo bien escrito, de reseñas de libros y de teatro de vanguardia, en la que colaboraban habitualmente Jorge Martínez Reverte y Ricardo Cid Cañaveral, que era un periodista cultivado y rompedor al que un derrame cerebral se llevó jovencísimo. Carrillo, tan de izquierdas, tenía esa aristocracia natural que da el pueblo cuando le sale una veta de ilustración y señorío. Le gustaba la política y la vida. En 1987, Pedro Ruiz trajo a un programa de televisión que hacía a la princesa Estefanía de Mónaco, que entonces era una leyenda musical y monárquica en top lees, y Carrillo se presentó en los ya desaparecidos Estudios Roma de Madrid para conocer y saludar a la niña.
     Los periódicos publicaban ayer una fotografía en blanco y negro con la imagen de Enrique Tierno Galván, Manuel Fraga y Carrillo hablando en los pasillos de Las Cortes. La sensación es que nunca volverá a tener España políticos de esa dimensión. Nos queda Felipe González. Y Adolfo Suárez, olvidado de sí mismo y de su grandeza histórica por la enfermedad. Carrillo dijo en cierta ocasión que le gustaría reencarnarse en uno de sus nietos.
     Ojalá. 
   

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