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Las democracias

Si analizamos el momento, encontramos ejemplos suficientes que ilustran la doctrina: minorías que intentan suplantar al pueblo para beneficio propio y cargos henchidos de prepotencia que lo aplastan sin respeto.

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La democracia no es sólo un nombre sino que hay que llenarla de contenido humano o convertimos una forma de gobierno civilizada en algo rastrero y despreciable. Consiste en eso que se ha llamado espíritu de servicio al común olvidados de sí mismos. No es tan fácil. Si analizamos el momento, encontramos ejemplos suficientes que ilustran la doctrina: minorías que intentan suplantar al pueblo para beneficio propio y cargos henchidos de prepotencia que lo aplastan sin respeto. La política es un arte noble y muy necesario en la calificación de las sociedades, que de ella depende a su vez la dignidad de los hombres.

 

Pasar de regímenes dictatoriales o absolutismos degradantes a la noble tarea del autogobierno no se improvisa; más bien requiere hábitos morales y comportamientos cívicos que sólo se adquieren a su tiempo en el hogar seguido de la escuela. El hogar da el primer horneo y lo continúa el maestro en un grupo que amplía y corrige las deficiencias de la familia. Esto sin el lastre de ideologías para que quepan todas en su pluralismo. Hay que hacer hombres para conseguir ciudadanos. El maestro es un profesor especial al que no llega cualquiera, no es un ‘enseñante’ como decían algunos que se quitaban responsabilidad. No fue bueno cambiarle el nombre sin advertir de  estos riesgos y anticipar remedio.

 

En este país no hemos pensado todavía seriamente en la escuela porque no hemos aprendido a buscar la raíz de la convivencia. Hemos confundido la represión con los hábitos de respeto hacia sí mismo y los demás, que sólo se toman en los primeros años. Nunca se ha gozado en este país de libertad  necesaria para la dignidad de personas. Por eso el español medio no tiene culpa y sí la tienen los que se ofrecen a la política sin haber digerido esta meditación. El espectáculo que acabamos de dar en la administración de bienes comunes lo demuestra. Es cuestión de dignidad moral, que no se adquiere por decreto. Pero por lo que se ve vamos a seguir igual; en la escuela que se adivina pesa solamente el criterio económico que debe ir parejo con el moral y si no, más de lo mismo.

 

Para hacer el trabajo bien no basta la coacción; es mucho más rentable la disposición de ánimo, que no se da sino en una conciencia formada con la moralidad en el bien común y éste, en la convivencia de la escuela. A vivir se aprende viviendo, de poco valen los sermones sino una praxis como es el hogar y su continuadora natural el aula. Los españoles, que no somos de trato fácil por sensibles, salimos divididos desde la propia escuela que debía habernos enseñado a aguantarnos; escuela de pago y de pobres, y sus disfraces las concertadas, que rasgan el tejido social desde el principio. ¿Y luego nos extrañamos de que no podamos alcanzar acuerdo para nada? Es admirable que no ocurran más cosas de las que ya se dan.

 

No son felices los ricos sin los pobres. Estamos necesitados de candidatos que sepan lo que es democracia, los alcances de este término, y le den la vuelta a este país desde arriba. Y deben empezar por la escuela, ya digo, que todo se arregla después. Lo gracioso es que lo dicen en los dorados   discursos en que todo es armonioso. Las democracias decimos porque hay de muchas clases. Y sólo hay una, que requiere honestidad y claridad de ideas. La complejidad sólo se baraja con rectitud moral, que a veces es pareja con tener vergüenza, y ésa es la única educación para la ciudadanía.

No es asignatura, es una forma de vida. Y se practica con un maestro.     

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