Volver a Shakespeare es amarlo. La pulsión de su verso, la riqueza de su decir, el hábil juego de sus paradojas, la exactitud de su retórica, la íntima sobriedad de su pluma, la alegórica certeza de sus endecasílabos, la música imborrable de sus poemas…, son sólo algunas de la virtudes que se adivinan tras la deliciosa y nueva lectura de sus “Sonetos” (Bartleby Editores. Madrid, 2009).
No han sido pocos los que se han atrevido a verter al castellano estas ya famosas ciento cincuenta y cuatro piezas. Y todos ellos -Astrana Marín, Agustín García Calvo, Carlos Pujol, Manuel Mújica Laínez, etc-, han coincidido en las dificultades léxicas y sintácticas a las que les ha llevado el genial autor inglés.
Es ahora el turno de Christian Law Palacín, que acaba de dar a la luz sus versiones. En su prefacio, anota: “Sin que la métrica deje de asediarlo, el traductor se las ve al mismo tiempo con la altísima lengua literaria del original, que se manifiesta ya desde el primer verso y sufre pocas caídas a lo largo de la serie”. Estas y otras complejidades, se han visto resueltas con certero tino y elegancia. La elección del endecasílabo blanco como sustituto del pentámetro yámbico resulta ideal para apreciar las sabias tonalidades shakesperianas, si bien, obliga a prescindir de algunos términos del original.
Poco se sabe a ciencia cierta de estos sonetos, excepto que fueron escritos a finales del XVI y que se editaron en 1609 por iniciativa de Thomas Torpe. En esta edición, se omiten las múltiples conjeturas sobre quiénes eran o representaban el “Fair Young Man” o la “Dark Lady” y se deja paso a la verdadera emoción que estos textos encierran.
Ejemplos de ingenio y sutileza verbales, no es fácil concluir si esta obra es auténtica en cuanto a su trama de amor, dolor, dicha, sufrimiento…, o si tras ella, tan sólo se esconde el deseo de dar cuenta de la imaginería lingüística del poeta británico y del exquisito arte para su seductora lírica (“Cuando mi amor me jura que ella es fiel/ sé que me miente, pero disimulo (…)Camino de la cama aún nos mentimos/ y allí nuestro pecados se consuelan”).
Pero de lo que sí puede disfrutarse, sin lugar a dudas, es de su diversidad de registros, de sus deslumbrantes hipérboles, de su cántico sugestivo… y del luminoso cromatismo de su verbo, inigualable cuando trata de Amor: “¿Por qué no van mis versos a la moda/ del tema inesperado y se repiten? (…) ¿Por qué escribo hoy lo mismo que mañana? (…) Porque, mi amor, tú eres mi materia/ y amor y tú de nuevo mi argumento”.
Consciente de que su verbo perduraría más allá de su siglo y de los venideros, tal vez William Shakespeare quiso ocultar las huellas de su vida. Poco sabemos de él, aparte de que nació en Stadford-upon-Avon el 23 de Abril de 1564 y murió el mismo día y en el mismo lugar en el año 1616. Se casó, tuvo hijos, viajó a Londres, y escribió poemas y obras teatrales que forman parte de uno de los legados más sobresalientes de toda la historia de la literatura. Y estas bellas y renovadas páginas vuelven a dar fe de ello.
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