La dictadura del miedo
¡Claro! que resulta perfectamente comprensible la reacción del joven vecino de la localidad guipuzcoana de Lazkano, Emilio Gutiérrez...
¡Claro! que resulta perfectamente comprensible la reacción del joven vecino de la localidad guipuzcoana de Lazkano, Emilio Gutiérrez, que tras comprobar los graves desperfectos causados en su casa por una bomba que ETA colocó contra la sede del PSE ubicada en los bajos del edificio y ver como los amigos de los terroristas encima se reían y se mofaban de quienes habían resultado afectados, cogió una maza y la emprendió contra la herriko taberna del pueblo.
Lo milagroso es que ninguna víctima del terrorismo, durante estos cincuenta años de macabra existencia de ETA, se haya tomado la justicia por su mano. Muchas de ellas han tenido que soportar, aparte del asesinato de un ser querido, la indiferencia cuando no el desprecio e incluso la mofa del entorno social en el que vivían en el País Vasco. Hace unos meses, una víctima del terrorismo, Mikel Buesa, –hermano del dirigente socialista Fernando Buesa, asesinado por ETA en Vitoria en febrero del 2000– dijo que las víctimas habían renunciado a la venganza porque confiaban en la justicia, pero que si esta fallaba, ¿qué les quedaba? Algo de eso debió de pensar Emilio Gutiérrez cuando se decidió a coger la maza y encaminarse hacia la herriko taberna. Debió de pensar que cómo es posible que todavía permanezca abierto un local embargado por el juez Garzón en 2002 dentro de la causa seguida contra el entramado de ETA; debió de pensar que cómo es posible que estos matones de pueblo campen a sus anchas sin que nadie les haga frente. Ha sido muy valiente este joven de Lazkano, pero el precio que va a tener que pagar por ello va a ser muy alto.
De entrada, ha tenido que exiliarse e irse a vivir fuera del País Vasco, a donde muy seguramente no podrá volver en mucho tiempo sin correr un riesgo cierto para su integridad física. De esta manera, engrosará la lista de esas decenas de miles de personas que en los últimos años han tenido que abandonar el País Vasco fruto del miedo, de la amenaza, del chantaje, de la coacción que provoca no sólo la acción terrorista sino también ese clima intimidatorio, mafioso, dictatorial que los amigos de los terroristas han conseguido crear en muchas localidades pequeñas y no tan pequeñas de la Comunidad Autónoma Vasca.
El próximo domingo hay elecciones en Euskadi. Por primera vez desde la transición democrática, ETA no va a estar presente en el próximo Parlamento Vasco y eso es una magnífica noticia y un avance democrático. Se han tardado casi treinta años en conseguirlo, pero más vale tarde que nunca. Los vascos y vascas, como tanto le gusta decir a Ibarretxe, van a tener una nueva oportunidad para que haya un cambio político de fondo en una tierra donde sobre todo, lo urgente, lo prioritario, es conquistar la libertad y derrotar de una vez y para siempre a esa dictadura del miedo que impera en el País Vasco y a la que ciudadanos como Emilio Gutiérrez, hastiados y hartos, han tenido el coraje de enfrentarse.
Lo milagroso es que ninguna víctima del terrorismo, durante estos cincuenta años de macabra existencia de ETA, se haya tomado la justicia por su mano. Muchas de ellas han tenido que soportar, aparte del asesinato de un ser querido, la indiferencia cuando no el desprecio e incluso la mofa del entorno social en el que vivían en el País Vasco. Hace unos meses, una víctima del terrorismo, Mikel Buesa, –hermano del dirigente socialista Fernando Buesa, asesinado por ETA en Vitoria en febrero del 2000– dijo que las víctimas habían renunciado a la venganza porque confiaban en la justicia, pero que si esta fallaba, ¿qué les quedaba? Algo de eso debió de pensar Emilio Gutiérrez cuando se decidió a coger la maza y encaminarse hacia la herriko taberna. Debió de pensar que cómo es posible que todavía permanezca abierto un local embargado por el juez Garzón en 2002 dentro de la causa seguida contra el entramado de ETA; debió de pensar que cómo es posible que estos matones de pueblo campen a sus anchas sin que nadie les haga frente. Ha sido muy valiente este joven de Lazkano, pero el precio que va a tener que pagar por ello va a ser muy alto.
De entrada, ha tenido que exiliarse e irse a vivir fuera del País Vasco, a donde muy seguramente no podrá volver en mucho tiempo sin correr un riesgo cierto para su integridad física. De esta manera, engrosará la lista de esas decenas de miles de personas que en los últimos años han tenido que abandonar el País Vasco fruto del miedo, de la amenaza, del chantaje, de la coacción que provoca no sólo la acción terrorista sino también ese clima intimidatorio, mafioso, dictatorial que los amigos de los terroristas han conseguido crear en muchas localidades pequeñas y no tan pequeñas de la Comunidad Autónoma Vasca.
El próximo domingo hay elecciones en Euskadi. Por primera vez desde la transición democrática, ETA no va a estar presente en el próximo Parlamento Vasco y eso es una magnífica noticia y un avance democrático. Se han tardado casi treinta años en conseguirlo, pero más vale tarde que nunca. Los vascos y vascas, como tanto le gusta decir a Ibarretxe, van a tener una nueva oportunidad para que haya un cambio político de fondo en una tierra donde sobre todo, lo urgente, lo prioritario, es conquistar la libertad y derrotar de una vez y para siempre a esa dictadura del miedo que impera en el País Vasco y a la que ciudadanos como Emilio Gutiérrez, hastiados y hartos, han tenido el coraje de enfrentarse.
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