Yo conocí personalmente a uno de los jóvenes que detuvieron hace la tira de años por querer perpetrar un atentado en Gibraltar reclamando la españolidad de la roca. O al menos, eso me contó este señor, ya mayor y editor de una revista sobre temas militares y de la Guardia Civil, sentados en la terraza de un hotel de Cádiz.
Me contó que los cogieron por malos. No por malos en el sentido que se le puede dar a un terrorista por muy patriótico que sea, sino en el de chapucero.
Entraron mal y salieron peor. El explosivo que llevaban, él mismo reconocía que difícilmente hubiera explotado y si los devolvieron a España sin más complicaciones que las normales en este tipo de casos fue porque los vieron tan torpes que ni se creían que iban a colocar una bomba. Vamos, que los despidieron con “irse ya de aquí, manchas tontos”.
Cuento esto porque llevamos una semanita con el conflicto de Gibraltar -¡español!, que diría mi amigo y viejo editor- y hay cosas que tengo claras y otras que cada vez entiendo menos, prácticamente lo mismo que me pasa con el conflicto de los catalanes pero con sus diferencias.
Lo que tengo claro es que el tal Picardo es un liapitas que lo está demostrando desde que lo eligieron y prueba de ello es que después de un montón de años sin más contenciosos que las pamplinas de siempre, ahora hay uno detrás de otro y además, jugando con pistolitas que es lo peor que puede pasar en este tipo de conflictos entre vecinos.
Que los pescadores españoles no son hermanitas de la caridad está claro, pero de ahí a que de la noche a la mañana se estén cargando el ecosistema me parece una exageración, de la misma forma que es exagerado tirar al mar setenta bloques de cemento que dicen que es para proteger a los peces, pero así se comenzaron a rellenar todas las salinas de San Fernando a lo largo de la Ronda del Estero, tirando piedrecitas.
Ahora bien, lo que poner controles en la frontera y que se tarde cinco o seis horas en poder pasar de un lado a otro me parece una exageración. No por los controles en sí, sino porque se deduce que están puestos a mala leche o que la Guardia Civil se ha vuelto muy torpe en las últimas semanas.
Lo que yo extraigo de todo esto, dicho a modo de conclusión que ustedes pueden sumar a las propias si lo estiman oportuno, es que los llanitos puede que no quieran ser españoles, pero actúan con tales por mucho que les pese.
En España, siempre que hemos querido arreglar algo, hemos hecho lo mismo. En vez de reunirnos con el otro y hablar civilizadamente nos dedicamos a insultarlo y el otro, al verse insultado, responde igual hasta que llega el momento fatídico de llegar a las manos. Y ahora díganme cuál de las dos partes es súbdita de Su Graciosa Majestad y cuál de Su Majestad a secas. O con un carajillo.