Pese al vértigo que producen la rápida sucesión de cambios tecnológicos que hace que nuestro móvil u ordenador queden antiguos al cabo de un año, los cambios en los modelos de conducta llevan un ritmo diferente, a veces desesperadamente lento. Los medios tecnológicos se modernizan, las leyes y los discursos se actualizan, pero los roles sociales siguen parámetros del siglo pasado. Para muestra, ahí está un estudio realizado en institutos madrileños con adolescentes y jóvenes entre quince y diecinueve años, que, entre otras conclusiones, dice que la mayoría de los chicos/as no relacionan la falta de amor con maltrato y siguen reproduciendo pautas tradicionales en las relaciones de pareja. Son muy modernos, eso sí, ya que se comunican a través de redes sociales como facebook.
Y si hablamos de cambios en los modelos productivos, qué contar. Dijo Hillary Clinton en su gira europea que “nunca hay que desaprovechar una buena crisis para introducir los cambios necesarios”. Los diagnósticos están hechos hace tiempo: son muchos y diversos los informes que señalan que el planeta está llegando a un colapso medioambiental provocado por un modelo productivo insostenible, del que se derivan signos inequívocos de cambio climático y pérdida de biodiversidad. Pero, claro, para poner en pie un modelo alternativo de desarrollo hay muchos intereses económicos que se ven afectados. Ni siquiera hay consenso respecto a la necesidad de poner freno a los especuladores que nos han llevado a esta crisis. Va a resultar, como decía una viñeta de El Roto, que para restaurar la confianza debemos volver a confiar en los estafadores.
En contextos de cambio como éste, surgen los negacionistas, promotores de una delirante teoría sociopolítica que, negando las evidencias científicas y las transformaciones sociales, defienden postulados del antiguo régimen y cuyo lema es “todo tiempo pasado fue mejor”.
Así, nos encontramos negacionistas en la política y la judicatura que niegan que las mujeres sufran discriminación por razón de género. Consecuentes con este principio, se oponen a las políticas de discriminación positiva y a leyes como la ley integral contra la violencia de género. En su particular nirvana, basta que exista declarada una igualdad formal para que ésta se produzca. En la medida que se trastocan algunas estructuras vetustas como es la justicia, los movimientos reaccionarios son previsibles. Como saben muy bien las mujeres que desde hace décadas luchan por sus derechos, nada está conquistado de forma definitiva, el riesgo de involución late permanentemente.
Zapatero se declara feminista y anuncia una ley de igualdad de trato. Las reacciones no se hacen esperar. Y sorprende, no tanto la sorna y los chascarrillos que desde hace tiempo la derecha hace sobre estos asuntos, sino el desconcierto que provoca en sus propias filas y en parte de la izquierda sociológica, animados por sesudos analistas que dicen que Zapatero equivoca las prioridades, justamente cuando más acierta en uno de los ejes imprescindibles para el cambio. Los mismos que le alaban cuando abandona la política ambiental promovida por Cristina Narbona y se somete a los dictados del desarrollismo bajo la excusa de la crisis. Aznar, perteneciente al club mundial de negacionistas que niegan el cambio climático, ha puesto la guinda al pastel, declarando que los defensores de políticas ambientales activas contra el cambio climático son algo así como una nueva religión que condena a la hoguera pública a todos quienes critiquen sus previsiones. El mundo al revés.
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