Hawa Meint, la mujer mauritana condenada a 17 años de cárcel por llevarse a su hija de 14 a su país y forzarla a casarse con un hombre de 40, reclamó respeto a sus tradiciones...
Hawa Meint, la mujer mauritana condenada a 17 años de cárcel por llevarse a su hija de 14 a su país y forzarla a casarse con un hombre de 40, reclamó respeto a sus tradiciones. Sus compatriotas mostraban pancartas en las que se leía: “os respetamos en nuestra tierra, respetarnos en la vuestra”, ante la petición de la fiscal de ingreso inmediato en prisión por riesgo de fuga.
Es verdad que 17 años de condena es una pena muy larga que justifica los continuos desmayos que protagonizó Hawa Meint, pero, por encima de tradiciones y costumbres, está la ley española que protege al menor y que castiga a los padres que obligan a una niña a casarse contra su voluntad y consienten la violación de su hija como si fuera un animal sin derecho alguno.
Respetar estas tradiciones en un país democrático como España significaría abrir la puerta a la barbarie. Supondría un agravio comparativo para los inmigrantes subsaharianos que son condenados por llevar a sus hijas a sus países de origen para que les practiquen la ablación del clítoris.
Curiosamente el padre de la niña forzada ha sido condenado sólo a un año y medio por amenazas. Porque, tristemente son las madres las más acérrimas defensoras de costumbres vejatorias y crueles.
La función ejemplarizadora de la justicia cumple aquí su papel a la perfección. Una condena tan amplia hará desistir a estas madres maltratadoras de su obsesión por mantener tradiciones que dañan a sus propios hijos. Cientos de niñas son entregadas en matrimonio a primos o vecinos mayores aprovechando las vacaciones familiares y su regreso al lugar de origen. Se ha llegado a dar el caso de padres a los que se ha retirado la custodia para que no se lleven a sus hijas a África con el único objetivo de mutilarlas.
Hawa Meint y sus vecinos de las pancartas, deben saber que ese tipo de tradiciones es incompatible con la legislación española que protege a las menores de edad de las torturas de sus propios padres. Vivir aquí implica respetar el Código Penal y de nada sirve desmayarse continuamente para inspirar piedad. Piedad sentimos por su hija.