El Principado de Sealand es una micronación que se autodeclaró Estado independiente (no reconocido por nadie) el 2 de septiembre de 1967. En esa fecha, Paddy Roy Bates, un ex militar británico metido en el lío de la radiofonía pirata, ocupó con su mujer y su hijo una plataforma marina construida en 1942 por la Royal Navy en el Mar del Norte, a diez kilómetros de la costa de Suffolk (UK). Bates se proclamó príncipe soberano de los 550 metros cuadrados del fuerte naval Roughs Tower, ubicado en aguas internacionales. La historia de este país en miniatura ha sido bastante agitada. Aparte de los conflictos con el Reino Unido, en 1978 hubo una rebelión (miniguerra incluida) protagonizada por el empresario alemán Achenbach, socio de Bates y Primer Ministro de Sealand. Tras recuperar Bates el poder, aquel tinglado continuó su marcha convertido en tapadera de negocios no demasiado claros, como, por ejemplo, el tráfico de armas a gran escala. Sealand, que llegó a tener una selección nacional de fútbol (a la que no se ha visto jugar nunca), emitía moneda, sellos de correos, títulos universitarios, permisos de conducir, pasaportes y credenciales diplomáticas. La nutrida rama española de este excéntrico montaje, regentada por un tal Trujillo, tuvo sesenta personas trabajando en una espectral embajada en Madrid (Castellana 210) que acabó en manos de la Benemérita. Después de tanto jolgorio, el actual príncipe Michael, unigénito y heredero de Bates (aún vivo y que abdicó por motivos de salud), ha decidido vender el territorio. Sobre este rocambolesco expediente disponen ustedes en internet de 5.590.000 resultados.
El capítulo de los pasaportes y los títulos diplomáticos de Sealand (siempre negado por la familia Bates) ha traído mucha cola. Es cierto que existía una red de falsificadores de dichos documentos, los cuales se distribuyeron por todo el mundo, sobre todo en Europa del Este. En numerosos delitos de alto perfil se han visto implicadas personas con pasaporte de Sealand. Uno de estos casos fue el asesinato del famoso diseñador de moda italiano Gianni Versace, cometido por Andrew Cunanan (dos tiros en la nuca) en la mañana del 15 de julio de 1997, cuando el genial artista estaba a punto de entrar en su mansión del 1116 de Deco Drive, en Miami (USA). Cunanan, que era criminal en serie y uno de los diez hombres más buscados por el FBI, poseía pasaporte de Sealand, así como el propietario de un misterioso barco (anclado en uno de los puertos de la ciudad) en el que aquél había estado días antes. Andrew Cunanan se suicidó (o fue suicidado) posteriormente, en su domicilio, con la misma pistola usada para matar a Versace. Quiso explicarse el suceso por venganza (el modista no había promocionado a Cunanan como actor de cine) o motivos pasionales (tanto el ejecutor como su víctima eran homosexuales y habían tenido relaciones). Se esgrimió el posible erostratismo del asesino: un patológico deseo de celebridad. Jamás salió a relucir la conspiración. Sin embargo, la clave de este drama sigue estando en el mencionado buque fantasma y, desde luego, en el Principado de Sealand.
Cunanan había liquidado a cuatro gays entre abril y mayo de 1997. Una carrera vertiginosa que levanta sospechas respecto a la probable fabricación premeditada de un terrorífico exterminador. Dos sujetos de mediana edad, tripulantes del barco de marras, fueron vistos en locales lujosos de Miami en aquellas jornadas. Llamaban la atención por su elegancia. Hay testigos que afirman que, entre ellos, hablaban en francés. El más alto solía dirigirse al otro iniciando sus frases, en plan irónico, con la expresión “si je ne m'abuse, docteur…” (“si no me equivoco, doctor”). Ahí tienen el nombre del cerebro que organizó la eliminación de Gianni Versace.