Después de un período de casi cinco años, durante los cuales Grecia ha tenido que ser rescatada en dos ocasiones y obligada a realizar enormes ajustes de todo tipo, la situación socio-política –económica de este país lejos de haber mejorado sigue inmersa en el laberinto de sus problemas, generando oleadas de incertidumbre e inquietud sobre su continuidad en la UE y sobre cómo afectaría su posible salida al Proyecto Europeo.
La problemática se ha recrudecido ante la imposibilidad de que el gobierno griego pudiera renovar el ejecutivo, tras tres tentativas realizadas en el mes de Diciembre, lo que ha obligado a convocar nuevas elecciones anticipadas para el próximo domingo día 25. Las alarmas se han disparado ante la posibilidad, como vaticinan las últimas encuestas, de que formaciones de corte populista, aprovechando el agotamiento de la sociedad griega, provocado por los continuos e inútiles sacrificios realizados, puedan conseguir mayoría suficiente y traten de imponer sus criterios programáticos diametralmente opuestos a las directrices y exigencias de la UE.
La imposibilidad de que el país pueda hacer frente al pago de su deuda, cifrada en 317.000 millones de euros, sigue siendo el gran caballo de batalla, lo que permite especular con las dos posibles alternativas racionales que ofrece este intrincado laberinto. Por una parte, la permanencia de Grecia en la EU es muy cuestionada porque forzaría, en primer lugar a reestructurar su deuda, incluso incluyendo una quita que diversos analistas cifran en 50%, y obligaría a la UE seguir aportándole nuevos fondos, lo que, por otro lado, obligaría a prolongar la continuación de las medidas de austeridad actuales y las limitaciones de todo tipo que ha sufrido, hasta hora, el país. La otra posibilidad, quizás la más temida, conduce directamente al abandono de Grecia de la Eurozona.
El debate está abierto y, desde todas las instancias, se valoras las trascendentales repercusiones que una u otra opción depararía para el propio país y para la continuidad del proyecto europeo, porque generaría desconfianza en el sistema y el euro se debilitaría como moneda y proyecto. La posición de los diferentes países, por otro lado, es muy controvertida. Por una parte Alemania, no quiere aceptar una salida de Grecia pero tampoco va a admitir todas las condiciones que un nuevo gobierno quiera imponer; mientras , Finlandia se opone rotundamente a considerar quitas de la deuda actual griega, y, otros países, cuya deuda supera el 100% del PIB, con toda probabilidad, exigirían un tratamiento similar para su endeudamiento.
En definitiva, un nuevo escollo, quizás el más escabroso, a resolver en el trayecto hacia la meta de una verdadera Unión Europea.