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Martes 12/11/2024
 
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Prejuicios y concursos de belleza

Aunque pudiera parecer lo contrario, el ser humano en general está todavía muy poco evolucionado con respecto a las demás especies animales con las que comparte espacio en este planeta.

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Aunque pudiera parecer lo contrario, el ser humano en general está todavía muy poco evolucionado con respecto a las demás especies animales con las que comparte espacio en este planeta. Todavía tendemos a aceptar o rechazar a nuestros congéneres según su apariencia física y nos olvidamos de todas las demás cualidades que, de hecho, son las que hacen que las personas seamos seres encantadores, abominables o mediocres. Nos guiamos más por la vista que por cualquier otro sentido, incluido el sentido común. Todavía estamos asistiendo, perplejos, a la repercusión mediática, social y humana sin precedentes que se ha producido a nivel mundial por la participación en un concurso de talentos de la televisión británica de una señora de cuarenta y siete años, soltera, de aspecto descuidado y pobretón, y con sobrepeso, alguien, en definitiva, que no cumple con la norma no escrita de lo que las multinacionales discográficas suponen que tiene que ser una estrella de la música, y que el propio programa de televisión presentó como a una friki más pero que, cuando dejó salir de su garganta las primeras notas de la canción que eligió para su debut televisivo, I dreamed a dream del musical Les Miserables, puso la carne de gallina e hizo derramar lágrimas de emoción a muchos de los presentes, de los doce millones de televidentes y de los más de cuarenta millones de navegantes de internet que no dejan de visitar sus vídeos.

A Susan Boyle, que así se llama este encanto de mujer, se le habían cerrado muchas puertas sólo por su aspecto y por cometer el terrible error de ser diferente. Los supuestos gurús del showbusiness no supieron, o no quisieron, ver más allá de sus narices privándonos hasta ahora del goce de una voz privilegiada cuyo pecado había sido nacer con una deficiencia cerebral y dificultades de aprendizaje, ser la menor de nueve hermanos, dedicar toda su vida a cuidar de sus padres ancianos y a trabajar para las personas más necesitadas de la parroquia del grupo de aldeas donde vive, the collection of villages, según respondió no sin dificultades a preguntas del jurado. Su determinación, su seguridad en sí misma y su sentido del humor la ayudaron, sin duda, a pasar el trance con matrícula de honor.
En Algeciras, la Feria Real, que empezó allá a mediados el siglo XIX como feria de ganado, se ha venido organizando durante los últimos cuatro años una gala para la elección de la reina de las fiestas. Una elección que se basaba puramente en el aspecto físico de las concursantes. Lo que se suponía que tenía que ser una representación de las jóvenes algecireñas (algo que recuerda a ritos ancestrales de ofrendas de vírgenes para que los dioses proveyeran de abundantes cosechas) no era más que una competición superficial y frívola, que poco o nada aportaba ni a los ciudadanos ni a las participantes en la gala, impropia de ser organizada por una institución oficial como es el Ayuntamiento.

El sistema implantado este año basado en entrevistas personales es, a todas luces, mucho más justo y lógico puesto que qué mejor representación de las jóvenes algecireñas que chicas con inteligencia, desparpajo, simpatía y don de gentes, algo totalmente imperceptible sobre una pasarela y fácilmente detectable en una entrevista.
 
Sin embargo, en una sociedad avanzada donde se supone que debe imperar la igualdad de oportunidades y de representación para los sexos, el concepto ideal debería ser el de elegir tanto a chicos como a chicas, a niños y a niñas que representen a la infancia y a la juventud, o sea al futuro, de Algeciras.

Sería una fórmula, más cabal y menos superficial, para ir educando a los futuros adultos algecireños en los valores de igualdad, humanismo y respeto al prójimo para que personas como Susan Boyle no tengan que pasarse toda su existencia soportando la burla y el menosprecio de quienes sólo se fijan en la belleza física como valor a explotar para ser algo en la vida.

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