Es tiempo de luz del cielo; de los cielos claros del mes de mayo que se abren, amplia y generosamente, invitando a mirar hacia lo alto y sin temor alguno. Es hora de ir al encuentro de lo que el alma nos pide; serenidad y paz para el espíritu y el quehacer de cada día. Es mucho lo que hay que dar, porque mucho es lo que se tiene y mucho, también, lo que nuestro mundo, tan amplio y variado, necesita. Otros también pueden y deben dar de lo que tienen, pero deja que cada cual, por sí mismo, levante su vista al cielo buscando refrescar y hacer más nobles sus ilusiones.
Es tiempo de nuevos alientos, de nuevos sentires y anhelos del alma que quieren ser voces de ánimo e ilusión para todas las gentes. Voces como la de aquél poeta (Mario Benedetti) que en uno de sus versos decía: “No te rindas, aún estás a tiempo de alcanzar y comenzar de nuevo, aceptar tus sombras, enterrar tus miedos, liberar el lastre, retomar el vuelo”.
Es tiempo de amor a lo sencillo, como sencilla y limpia es la luz de los cielos del mes de mayo que invita a la limpieza del amor humano. Es hora, una vez más, de afrontar sin tapadura alguna todo cuanto impide o dificulta la buena relación entre las gentes, sin olvidar a nadie aunque parezca insignificante. ¿Acaso no tienen derecho, esas personas, a que se las aprecie y considere con todo respeto, al igual que cualquier otra? Es hora de que también se preste la máxima atención a lo sencillo para poder apreciar, en todo su valor, lo que es la plenitud de la Creación.
Es tiempo de orientar nuestros pasos hacia esos lugares en los que la apertura de nuestros ojos del alma, en busca del amor de la verdad, se logra con más facilidad. Lugares esos en los que, desde mucho tiempo atrás, la gente encontró la paz y el aliento que necesitaba para su alma y también para todo su ser, angustiado por esas cosas de la vida que llegan a unos y a otros, queriendo y hasta sin querer. Es la pequeñez del ser humano que tantas veces queremos disfrazar con gestos llamativos y palabras huecas que, en el fondo, causan hastío.
Es tiempo de ofrecer flores y cantos de alegría a Santa María en uno de esos lugares, de los llanos o de las serranías, en los que el cariño de nuestros antepasados edificó una ermita que recordara, a lo largo de los tiempos, algún detalle de su amor hacia todos y de forma muy especial en horas difíciles, de temores y sufrimientos. En esos lugares la esperanza florece rivalizando con la esplendidez de las flores del campo y con cualquier otro signo de vitalidad que ponen de manifiesto las luces de los cielos en la primavera.
Es tiempo de abrir el alma con alegría, como la de esos cantos que se ofrecen a Santa María por las voces limpias de las niñas y niños que se acercan, por vez primera, a la Eucaristía. Como lo fueron nuestras voces en ese día de nuestras vidas. ¿Quién no recuerda, con amor, aquel cantar de ese día tan especial; de ese día de mayo de algún año que ya fue?
Es tiempo, ahora, de vivir la alegría de una romería en ese santuario de Santa María que siempre te atrajo o que, por alguna razón, deseas conocer. Alguien quizás te habló de él y se te encendieron los deseos de ir allá para rezar la mejor oración que se alberga en tu alma; la que está queriendo romper en no sé qué sinfonía de amor que se ha ido forjando a lo largo de mucho tiempo de dolor.
Es tiempo de que te animes a vivir con la mente y el corazón llenos de la sencillez y alegría que hay en el Avemaría, en esa breve oración que brota de forma especial y siempre nueva en cualquier momento de nuestras vidas.
Es tiempo, ahora en mayo, de vivir la alegría de una romería a un santuario de Santa María, para ir ofreciéndole todo el cariño de tu alma mientras rezas el Avemaría como homenaje y también como súplica para que nos ayude a comprender mejor el dolor.