Durante todo el año, la ciudad mantiene su particular liturgia cofradiera. No pasa día sin que la vida de nuestras Hermandades deje de hacerse presente en la crónica más sentida de los sevillanos. No salimos de un triduo cuando aparece un ciclo de formación o la actuación de alguna de nuestras excelentes bandas de música.
Y por ese camino de fe y de tradición van nuestros mejores pasos.
Tres golpes sonoros -de testimonio, de formación y de belleza poética- resonaron el Domingo de Pasión en la madera crujiente de la memoria de la ciudad. El Pregón de la Semana Santa, que este año tanto nos ha conmovido.
¡Es la plenitud del tiempo de Sevilla! Un golpe de primavera en el pórtico esperado del miércoles de Ceniza levantó, en la gala celeste que enfría la luna de febrero, el corazón de la ciudad.
Desde entonces suena más limpio el sonido de las bandas que ensayan junto al río y firmes varales de torres cimbrean el bronce gozoso de sus campanas.
Todo es, por las antiguas collaciones, un rito de aproximaciones a la Semana Santa, mientras que el rigor del ayuno y de la abstinencia trata de moderar tantas prisas por vivir las fuertes sensaciones de la fiesta sagrada.
Así es como Sevilla entrega a cada generación de sevillanos el tesoro de sus vivencias acumuladas y el discurso universal, igual y siempre distinto, de una forma exagerada pero al tiempo fiel de entender la Pasión de Nuestro Señor y los Dolores de la Madre.
Que por el camino de esta devoción alcanzaron la santidad el Cardenal limosnero de los pobres y Madre Angelita; y nadie ha ganado aún en generosidad a aquel hermano liberto de la Hermandad de los Negritos que volvió a la esclavitud para poder pagar con su precio las fiestas en honor de la Pura y Limpia.
Porque nada hay más ortodoxo que el Credo que confesamos solemnemente en nuestras funciones de Instituto, el realismo evangelizador de nuestras imágenes titulares y la letanía de compromisos cristianos de nuestras Reglas de siglos.
Estamos viviendo las vísperas de nuestro mayor acontecimiento popular ¡Pasos de Dios por Sevilla! Como en el Génesis de una nueva creación recién estrenada, Dios pasa por nuestras calles dialogando con el corazón del hombre de hoy. ¡Qué fácil es ver a Dios mismo en el Señor de la Borriquita, junto a la inocencia de esos nazarenitos del Amor! ¡Y en la sostenida zancada del Señor de Sevilla! ¡Y en el esfuerzo final de Pasión sobre la rampa de su recogida! ¡Y en la lección definitiva del Cristo de la Buena Muerte!
Y siempre con nosotros, la Madre; la Madre que el Ángel llamó María y que Sevilla llama de mil formas diferentes y que es, por el Dolor de la Pasión y Muerte del Hijo y con la Gloria de su Resurrección, leyenda en el escudo de la ciudad y vida, dulzura y Esperanza en el corazón de todos los sevillanos.
Dios y su bendita Madre por las calles y plazas de Sevilla. Y Sevilla que lo siente en el fondo de su alma y en la emoción de su piel de verdinegros naranjos.
Pasa el Dios que nos ama infinitamente, el Dios que es exclusivamente bueno, el Dios que perdona setenta veces siete, el Dios que está en el hermano más necesitado, el Dios que sale una y otra vez a nuestro encuentro.
Y la Madre que se ocupa y se preocupa por todos sus hijos y que, cuando cruza por el cielo de sus ojos el piropo de nuestras lágrimas, nos aprieta contra su corazón y sólo nos pide una cosa: “¡Cuida de tu hermano!”.