Lo relevante de las nuevas vías de comunicación como los blog no está en la tecnología que la hacen posible sino en el estilo de vida que hay detrás, un estilo fragmentario que impregna todo. Así, los aficionados a la fotografía, la bicicleta o los seguidores de tal o cual personaje, pueden encontrar foros específicos donde interrelacionarse con personas con los mismos intereses, sin tener que pagar por ello el precio de conocer a esas mismas personas en otras facetas en la que no estamos interesados en absoluto. Esto es traspasable también al mundo real (no estoy seguro que quiero decir cuando digo real), de forma que en los últimos años se propagan todo tipo de colectivos, desde los diferentes colectivos profesionales y corporativos, siempre celosos de su sacrosanta identidad profesional, hasta todo tipo de colectivos de aficionados a un deporte, a un hobby o seguidores de una marca determinada que les identifica. La lista de colectivos es tan interminable como variopinta: jóvenes, parados mayores de cuarenta años, vecinos, belenistas, discapacitados, universitarios, trabajadores sociales, pintores, seguidores del Jerez Deportivo, etc.
Las señas de identidad de pertenencia a un colectivo determinado o a varios son más livianas que las tradicionales clases sociales o a una ideologías. ¿Quién desea tener conciencia de clase trabajadora? O antes que eso, ¿qué puñetas querrá decir tener conciencia? ¿Ser de izquierdas? ¿De derechas? ¿Acaso no es mejor posicionarse en cada momento según interese? Y qué me dicen de la religión, donde ahora el individuo reclama su derecho a confeccionar su propio menú, cogiendo algunos ingredientes del cristianismo por aquí, algunos elementos orientales por allí y una pizca de agnoticismo. ¿Que no es coherente? ¿Qué más da? Como decía Groucho Marx, “estos son mis principios pero si no te gustan tengo otros”.
Esto no es necesariamente negativo, ya sabemos las desgracias que acarrearon las principales ideologías del siglo XX cuando pasaron por encima de las personas y sus derechos como apisonadoras. Simplemente, los criterios que nos sirvieron para entender cómo funciona la sociedad, han cambiado. Ahora bien, nos coloca ante un baile de máscaras del que difícilmente se sale ileso. Así, un día descubrimos que nuestro encantador vecino, buen padre de familia, es pederasta y nadie atina a encontrar una explicación. O descubrimos que el compañero que iba de alternativo antisistema se ha convertido en funcionario aburguesado sin pestañear. Nada de extraño. Antes, se aspiraba a vivir una vida entera conforme a unos valores y los que no lo conseguían se veían obligados a aparentarlo. Ahora, no nos conformamos con unos valores o una vida, mejor dos o tres, o dieciséis, todas simultáneamente.
Quizá ésta sea la explicación de por qué algunos de los que más se desgañitan contra la nueva ley del aborto, no tienen ningún problema en que algún familiar haya abortado o pueda hacerlo según las circunstancias, siempre singulares y diferentes de las de los demás. ¿Incoherente? Quizá desde fuera no lo apreciemos bien pero son hechos que se producen en vidas distintas.
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