Eso es lo que hasta hace no mucho tiempo se ponía en los locales de negocios que no se podían seguir atendiendo porque no eran rentables, Se traspasa. Nuestro Gobierno ha llegado a la conclusión de que el estado actual de nuestra economía se debe a que hemos basado todo nuestro negocio en el ladrillo y eso que los especuladores de la construcción, perdón, los promotores quería decir, prefieren el cartón y el yeso, combinación eufemísticamente llamada pladur.
España, que hace tiempo que dejó de ser una gran potencia mundial y que llegó tarde a todas las revoluciones, tiene ahora una oportunidad de oro para renovarse y cambiar de negocio. Históricamente, hemos sido una potencia agrícola, pero hoy día, con las duras condiciones impuestas por la Unión Europea, nuestros campos cada vez están más vacíos y más yermos, y nuestros pueblos, especialmente los del interior de la vieja Castilla, más abandonados. En los desarrollistas años 60, el monocultivo de la economía española empezó a ser el turismo. Un sector tan rico como frágil.
Las industrias poco a poco se han ido reduciendo, los altos hornos, los astilleros, las textiles…todas ellas han ido marchándose a países en desarrollo donde los trabajadores fabriquen una pantalla de plasma de altísima definición o un coche último modelo a cambio de un cuenco de arroz.
Entonces, ¿qué nos queda? Si uno se fija un poco y hace una analogía de Europa con los Estados Unidos, verá que los sectores productivos van repartidos según estados. Así, la rica California, por ejemplo, es una potencia económica mundial en varias áreas por sí misma, mientras que los estados del centro suelen ser básicamente agrícolas y ganaderos. El turismo se queda para la soleada Florida. Y eso es lo que algunas mentes pensantes en algún enmoquetado despacho de Bruselas decidieron hace tiempo que sea España, un país de sol, playas y bares. Y poco más. Ante el crecimiento descomunal del paro, una de las soluciones es la creación de empleo por parte de los ayuntamientos y otros entes locales. El plan Memta tiene como finalidad emplear a trabajadores en paro en obras y mejoras públicas de todo tipo. Este plan concebido quizás como un mero parche de subsistencia para la situación desesperada de muchas familias españolas, debería convertirse, con altura de miras y colaboración de todas las instituciones, en un auténtico Plan Marshall nacional a medio y largo plazo. Dada la ingente cantidad de monumentos, edificios, jardines y obras de arte de todo tipo, España, en todas sus ciudades grandes y pequeñas, pueblos y aldeas, necesita una inmensa cantidad de mano de obra que rehabilite, restaure y adecente todo nuestro patrimonio cultural y monumental. Pensemos por un momento en la cantidad de pinturas que están abandonadas en los almacenes de nuestros museos, conventos e iglesias y que piden a gritos una restauración. Cuantos pueblos abandonados en parajes preciosos de toda nuestra geografía con casas derruidas que una vez reconstruidas y rehabilitadas podrían convertirse en alojamientos rurales. Cuantos edificios centenarios de nuestras calles se caen a pedazos o cuantas fachadas simplemente necesitan una buena mano de pintura. Por no hablar de jardines, públicos y privados, solares abandonados, calles de cantos rodados que nos están pidiendo recuperar el esplendor de antaño. Tenemos ejemplos maravillosos en los cascos antiguos de muchas ciudades andaluzas, Málaga, Cádiz o Sevilla dan fe de ello. Pero todavía nos queda una inmensa tarea.
Y en el campo, qué no ganaría España, y Europa, y nuestra salud si dedicáramos cada hectárea agrícola abandonada a cultivos y granjas ecológicos donde las lechugas crecieran sin insecticidas y las gallinas y sus polluelos picotearan libremente . Y todas las demás zonas donde no se cultivase, instalar plantas inmensas de energía solar y eólica que nos liberaran por fin de los ponzoñosos petróleo y gas.
Albañiles, carpinteros, restauradores de arte, pintores, fontaneros, electricistas, canteros, ingenieros de todas las ramas, y un larguísimo etcétera de profesionales encontrarían un futuro digno gracias a una tremenda crisis. No hay mal que por bien no venga.