La verdadera jornada de reflexión de estas elecciones europeas no se celebra hoy, como marca la ley, sino el lunes, cuando políticos y ciudadanos analicemos los pormenores de los resultados...
La verdadera jornada de reflexión de estas elecciones europeas no se celebra hoy, como marca la ley, sino el lunes, cuando políticos y ciudadanos analicemos los pormenores de los resultados. Si las encuestas no fallan, ninguno de los dos grandes partidos españoles obtendrá una victoria arrolladora sobre el otro. Si las encuestas no fallan, una mayoría de ciudadanos se quedará en casa y no acudirá a votar. Y salvo sorpresas éste será el peor de todos los datos.
Los optimistas defienden que una alta abstención puede leerse como confianza plena en el sistema. Según esta teoría, los abstencionistas lo hacen porque se fían de lo que voten sus conciudadanos. Pero es una teoría que tiende al absurdo: una confianza plena nos llevaría a una abstención universal, y ésta, directamente, al bloqueo de las instituciones. Los regímenes totalitarios nunca han consentido que en sus simulacros electorales se produzca una abstención masiva, porque sin tanta sutileza teórica siempre han interpretado las urnas vacías como un voto de castigo y un signo de debilidad del sistema. En democracia, por razones obvias, las cosas no son distintas. Europa se encuentra hoy en el centro de una encrucijada múltiple que afecta a su tratado constituyente, a la digestión de su última ampliación, a la reforma de sus instituciones y a la articulación de una voz única y potente frente a los retos planetarios. El parlamento que se elige el próximo domingo no es perfecto, pero es el que más poder tendrá en la historia de Europa: sus decisiones marcarán la pauta del 70% de las normas que nos afecten en un futuro. Es una lástima que en estas circunstancias los grandes partidos no hayan escatimado el debate europeo y se hayan perdido en cuitas de patio de vecindario. Y es deprimente que por toda virtud propia sólo nos hayan ofrecido el miedo a la maldad del adversario.
“El mundo se ha movido y nosotros nos tenemos que mover con el mundo”, dijo Obama en su toma de posesión. En Europa todos lo mencionan y lo reivindican, pero ninguno parece haberle entendido.