Hace tan sólo unos días, medio mundo contenía la respiración mirando a Turquía. Un grupo de militares había decidido alzarse contra el gobierno dirigido por el islamista Erdogan, y después de unas primeras noticias un tanto contradictorias, parecía que el Ejército finalmente había tomado el control de los principales resortes de poder del estado. Pero no fue así, y en apenas unas horas desde el inicio de la operación, el poder era restablecido en manos de los que ya se pensaba que huían al exilio. Casi trescientos muertos y miles de heridos por todo el país, fue el saldo que dejó una intentona que desde un principio me pareció sospechosa.
No es que yo sea de teorías de la conspiración, pero es que no me parece que en un país del valor geoestratégico de Turquía se pueda dar un golpe de estado sin más, y sin que nadie se haya enterado de lo que algunos tramaban. No sería desde luego la primera vez en la historia en que un gobernante permite que se levante parte de su Ejército contra él, pues si se tiene todo bajo control y se está seguro de poder abortar la intentona a tiempo, después del golpe siempre llega la recompensa en forma de justificación para acabar con tus enemigos con una cobertura legal.
La plataforma de filtraciones Wikileaks ha anunciado que va a publicar más de cien mil documentos relacionados con la política turca en los que, tal vez, encontremos respuestas a estos interrogantes. Hasta entonces no estaría de más prestar atención a lo que está pasando en un país europeo aliado de occidente, y es que, lo que está sucediendo ahora mismo en Turquía-aunque no lo creamos-, va a repercutir necesariamente tanto en Europa como en el polvorín oriental.
Y lo que está pasando no es poco, no crean, y es que después del fracasado golpe, Erdogan y los suyos han tomado el poder absoluto en un país que cada vez parece más un sultanato tiránico de manual. Así, los islamistas, amparados en un supuesto estado de emergencia han iniciado una represión brutal, y ya han cerrado más de 2300 instituciones entre las que hay colegios, universidades y hospitales; además de ilegalizar partidos y sindicatos; realizar detenciones masivas; expulsar de sus puestos a miles de funcionarios, jueces, militares y policías; y un largo etcétera propio de cualquier dictadura al uso.
El déspota Erdogan ha acabado bendiciendo un golpe de estado que al final le ha servido de excusa para ejecutar definitivamente el plan que lleva implementando en Turquía desde hace años. El islamismo radical, la impunidad y el autoritarismo se van extendiendo por un país europeo sin que ningún estado haya dicho ni una palabra todavía sobre lo que allí ocurre. Así, se da la paradoja de que mientras en Europa preocupa enormemente que en Venezuela se hayan agotado las rebanadas de pan de en medio de los Big Mac, nadie -ni medios, ni políticos, ni tampoco ONG,s en defensa de los Derechos Humanos- parece preocuparse por lo que pasa en Turquía.
Mientras tanto, Erdogan seguirá apoyando la expansión del Estado Islámico, masacrando al pueblo kurdo que le hace frente, y avanzando hacia la construcción de un estado religioso y totalitario en lo que antes había sido un estado social laico y avanzado. Nuestra indiferencia seguramente nos saldrá cara, muy cara, pero no importa… la terrible realpolitik ya ha decidido que el sátrapa turco es un firme aliado en la zona, y eso es lo único que se ha de tener en cuenta.