El espectáculo que cada día ofrecen algunas cadenas televisivas, sometiendo a un interrogatorio a personas en apuros a cambio de dinero, resulta deprimente, carroñero, impresentable. Mientras mayor sea el escándalo, más apta resulta la persona para este tipo de programas. El guión es simple, se trata de poner el cepo a una persona famosa por su vida artística, social o profesional, traerla al plató y asaltarla sin piedad con una serie de preguntas, hasta conseguir que acabe vencida, deshecha, rota.
Los periodistas se convierten así en seudojueces, sin que la persona en el banquillo tenga un abogado defensor, un orientador o un protector que defienda sus derechos. El moderador del programa, por su parte, está compinchado y sólo interviene en caso de que la situación se desborde y pueda pasar a mayores. Siempre se inclinará a favor de los periodistas, aunque intente simular su imparcialidad.
Un día le preguntaron a un moderador si solucionaban algo con este tipo de programas. Y contestó sin ambages: “Nada. Todo lo contrario. A veces se enconan más los problemas. Pero lo pasamos muy bien”. “Entonces, ¿por qué lo mantenéis?”. Y contestó: “Porque cada vez tienen más audiencia. Es lo que pide la gente”. Se le olvidó decir que, además, cada vez las cuentas bancarias se engrosan más. Todos están allí por dinero.
El periodismo de investigación no es un circo para echar mendrugos a las fieras; ni un teatro para excitar momentos dramáticos y arrancar aplausos del público; ni conseguir que los hijos testifiquen contra sus padres; ni que los padres repudien a sus hijos; ni que la mujer confiese sus infidelidades delante de toda España; ni que los amantes se gocen por manchar la vida de sus respectivos... El periodismo de investigación es un trabajo serio, para que aparezca la verdad, para que se destruya la falsedad y para que se consiga una sociedad más justa.
El público está encantado con este tipo de programas y goza con que el tema sea cada vez más cruel. A veces se exalta y da gritos de aprobación o desaprobación, según convenga. A la hora de comenzar el programa, se desentiende de todo y se entrega incondicionalmente a alimentar sus ímpetus cotilleros. El símil con el circo romano está conseguido: una persona indefensa frente a las fieras y un público cada vez más nutrido e insensible ante la desgracia ajena. Sin embargo, uno se pregunta si los periodistas se someterían a pasar por un tamiz similar. Y no sólo los periodistas, todos podríamos interrogarnos si el tamiz utilizado nos permitiría pasar por la criba.
Las personas que aceptan ir de víctimas suelen ser ovejas dóciles, dispuestas a ir al matadero con el fin de conseguir su objetivo crematístico. A veces van disfrazadas de tigres para no sucumbir ante los lobos. Pero es difícil enfrentarse a la jauría y acaban desenmascaradas. Son lobos sin piedad y nadie se siente justo ante ellos.
Y es que, según el salmo, “El justo peca siete veces al día”. David, uno de los hombres con más experiencia de la misericordia como pecador, dijo: “La misericordia supera y vence al juicio”. La gente lo expresa con un dicho popular: “Se cazan más moscas con una gota de miel que con un barril de vinagre”. Y toda persona sincera sabe, por experiencia propia, que eso es verdad. Pero en estos casos todo es inútil.