Uno de los hallazgos más beneficiosos para el ser humano, en la sociedad moderna, es el de vacar. La palabra es de origen latino, “vacare", y significa “cesar uno por algún tiempo en sus ocupaciones habituales”. De ahí viene vacaciones o tiempo de descanso; vacancia o tiempo que duran las vacaciones; vacante o cargo que queda libre porque no está ocupado. En la sociedad actual, las vacaciones son un tiempo sagrado que nadie quiere perder.
Las vacaciones no son para cerrar los ojos y dormir como lirones, sino para abrir el alma y disfrutar de aquello que nos gusta y no hemos podido hacer durante el año. Las vacaciones no son un tiempo para olvidar y liberarse de todo, sino más bien un tiempo para evocar y conocernos mejor a nosotros mismos y a los que nos rodean. Las vacaciones no son un espacio para desarrollar más actividad aún, sino un tiempo para la paz, para el sosiego, para la tranquilidad, para el descanso.
Sin embargo, a la vuelta de las vacaciones, muchos cuentan que no han parado, que no han descansado. Las vacaciones se han convertido en tiempos interminables de automóviles, horas de trenes abarrotados hasta los topes, días de autobuses filéticos que invaden las carreteras, de aviones que no cesan de ocupar el espacio aéreo y de cruceros que atraviesan los océanos de todos los continentes. Para muchas personas las vacaciones se ha convertido en un tormento donde el activismo y el estrés es el protagonista.
Y resulta que se viaja, se visitan monumentos, se conocen edificios, se recorren ciudades, se penetran museos, pero no se ven; se miran, pero no disponemos de tiempo para la contemplación; no tenemos capacidad para saborear toda esa riqueza patrimonial que nos han dejado los habitantes de otras latitudes. Somos pasajeros, es decir, gente de paso que apenas tienen tiempo para el encuentro con la belleza y la convivencia fraterna con otros humanos.
A veces nos cruzamos con personas que suscitan gran empatía con nosotros, pero lo consideramos como una anécdota veraniega de la que no volveremos a acordarnos. Nos enfrascaremos de nuevo en el trabajo y el verano quedará en nuestra memoria como una isla de superviviente, en la que no hemos descubierto nada, ni siquiera la lectura de un buen libro en la playa o en la sierra, ni un nuevo amigo que añadir a la lista de la gente buena que engrosa la vida.
Es distinto entregarse al descanso que arrojarse al cansancio. Para muchos jóvenes, el verano son noches interminables de movida y de bebida, entregados a un ritmo trepidante y frenético. Y los días, dormidas soporíferas y turbias, para poder reanudar la noche veraniega ilimitada. Lejos de tomar vacaciones, intentan distraerse de sí mismos para olvidar y encubrir su verdad. Sería mejor entregarse al descanso para que la vida fuera el más precioso don que nos han regalado. Yo también me voy de vacaciones y quisiera volver renovado. No volveré a escribir mi tribuna hasta principios de septiembre.