El mundo estaba inquieto, expectante, por conocer la resolución de la famosa cumbre del G-20 y de las posibles soluciones a una crisis financiera que, efectivamente, se está dejando notar. El agrupamiento de los llamados líderes de la comunidad internacional volvió a ser un fraude, porque ya, de antemano, las políticas estaban trazadas con un guión bien definido en cada país. En algunos casos, la mayoría, cuando algunos ilusos creyeron que el final del capitalismo se acercaba, que el maldito sistema, generador industrial de pobres y excluidos, se extinguía, el remedio para paliar la delicada coyuntura ha sido, como se diría el argot económico, inyectar liquidez a los bancos. De esta posición tan insensata se deduce que las leyes del poder siguen vigentes y no sólo eso, sino más reforzadas aún.
Las medidas adoptadas para subsanar esta crisis que notan los trabajadores con nóminas bajas –valga la redundancia– son equiparables a las que podría tomar el cuerpo de bomberos ante un incendio de proporciones ciclópeas, apagándolo con gasolina y líquidos inflamables en lugar de hacerlo con agua. Después de que la usura haya mandado a la calle a tantas personas, previamente amargadas por las entidades financieras con embargos, ahora, por si no era suficiente ya, las lumbreras continentales salen en defensa de los jerarcas de la macroeconomía, cuando los balances de beneficios que presentan son insultantemente espectaculares.
La cumbre de Washington ha sido tan inútil desde el principio, que incluso antes de llevarse a cabo, para que la gente no se entretuviera en discutir la hipotética valía de ese cónclave seglar, se montó la polémica sobre la cesión de una silla de Sarkozy a Zapatero, para que España estuviera en la junta de vecinos ricos.
Lo más lamentable de todo es que nunca transcienden las manifestaciones populares antisistema, pero también ha sido penoso, lacerante incluso, ver a Lula, antiguo revolucionario, convertido en el político más cobarde y oportunista de América Latina, fotografiándose para la posteridad con traje, corbata… y Bush.
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