Los mismos que se persignan ante una imagen, descargan su ira de forma desmedida contra las mujeres, con calificativos que me niego a repetir aquí, asignan culpas con la prestancia de un juez inmisericorde, llaman asesinos a todo aquel que no defiende sus mismas ideas, y reparten bulos a sabiendas de su falsedad, sin importarles el miedo que pueden provocar en los que menos acceso tienen a la información.
Esos mismos que rezan y lloran al ver pasar a una Virgen, son capaces de, con sus actitudes y su comportamiento borreguil, agujerear el barco en el que vamos todos subidos, remar en sentido contrario y, si hace falta, serrar el timón, con tal de hacer prevalecer sus ideas, sin importarles lo lejos que esté el puerto, que es donde debemos llegar para luego, con toda la calma del mundo, asignar responsabilidades.
Son los que, en realidad, su Dios es el vil metal y el egoísmo, los que anteponen la economía a las vidas humanas, los que son capaces de distinguir el color de la piel para dar asistencia médica, los que les importa muy poco el sacrificio de todos y que no pueden pasar sin su postureo de runner, los que llenan las carreteras, camino de su segunda vivienda en la costa, porque nuestros abuelos deben tener menos valor que los suyos.
Sois muy buenos católicos; vais todos los domingos a misa, dejáis vuestra limosna en el cepillo y paseáis vuestros abrigos de pieles en los mercadillos solidarios navideños. Y sin duda, os merecéis un sitio en la Santa Cena. El de Judas.