¿A que usted no se quiere morir? Pues yo tampoco. Y ¿a qué viene esta pregunta tan impertinente? Porque parece que los que siguen llenando a tope la calle de Las Cortes no paran de comprar papeletas de esa rifa macabra, cuyo premio es palmarla mucho antes de tiempo. Desde siempre la humanidad se ha partido el careto buscando el elixir de la eterna juventud, pero no ha podido ser, y el planeta se ha llenado de gente que le mete prisa a la fea.
Menos mal que quedan, como reliquias, personas que aguantan el paso de los años y que tienen agallas para desafiar el caminar lento y seguro de las agujas del reloj.
Y digo todo esto, porque hemos leído en la prensa del manicomio que una señora de La Isla ha llegado a los 107 años, cumpliendo uno detrás de otro y dejando al comercio sin numeritos de cera que poner en sus tartas de cumpleaños. Esta señora ha pasado por todo desde su nacimiento. Se ha comido dos guerras mundiales, se ha tragado la pandemia de gripe española de 1918, ha sufrido la guerra incivil del 36, ha soportado estoicamente los achuchones que le darían en su juventud y los propios de la edad que ahora tiene, y por si fuera poco no sabe lo que es un médico.
Así que, cuando los locos hemos leído todo esto, nos hemos tirado de los pelos y ahora todos queremos durar lo mismo que esta señora. Hemos estado investigando por qué esta mujer ha batido el récord y los demás mortales han ido cayendo en la trampa de la que no distingue por edades ni estaturas.
Y parece que los enterados barajan varias posibilidades posibles. Unos dicen que el secreto está en beberse todos los días una copita de vino, así como el que no quiere la cosa. El problema es que muchos locos han pensado dentro de su averiado cerebro que, si se beben dos copitas en lugar de una, van a durar el doble. A más de uno lo van a echar del manicomio, no por loco, sino por borracho. Otros dicen que el secreto está en tomar el zumo de una naranja a diario. Los japoneses aseguran que lo mejor es consumir mejor un zumo de limón; me imagino que por eso tienen los ojitos así de oblicuos.
Por todo ello, esto se va a llenar de botellas, de naranjas y de limones siempre con la esperanza de que vamos a durar más que las pruebas del tranvía. Lo que no ha tenido tanto éxito es la teoría de aquellos que defienden que el secreto de la longevidad es el trabajo. Es verdad que mi abuela, Rosario, la de la Loza, como era y es conocida, llegó a los 103 años y estuvo trabajando hasta los últimos días, pero los locos no queremos esos ejemplos tan trabajosos.
De modo que hemos estado buscando la manera de durar más, aunque nos cueste algo de sacrificio. Y lo que dicen los entendidos en la materia es que la clave está en llevar una dieta sana, tener una vida activa tras la jubilación y ser una persona alegre y positiva.
Sin embargo yo creo que cualquiera duraría mucho más de 100 años, si comiera normalito, si no hiciera tantas tonterías con el cuerpo serrano como hacemos aquí al cabo del día y si escuchara menos telediarios.
En resumen, deberíamos ser agradecidos con lo que tenemos y hacer lo que nos gusta. Pero para eso nos tienen que sacar de aquí, porque lo que nos gusta es partir farolas a pedradas.