La organización de consumidores Facua montó en cólera en 2012 porque Movistar lanzó una campaña de publicidad con anuncios en los que sus clientes decidían democráticamente sus tarifas en una “asamblea-farsa” aprovechando el movimiento del 15M. Casi una década después, todo lo que queda del 15M es un montón de cajas de cartón con buenos deseos arrumbado en un centro de barrio en Madrid, según desvelaba este sábado El País; Movistar, por su parte, cuenta con la mitad de los abonados a televisiones de pago en este país, unos cuatro millones de personas. Prioridades del personal.
También de Pablo Iglesias, que ha dedicado su paso por el Gobierno a devorar vorazmente series en plataformas de streaming en lugar de gobernar. Tanta acampada y tanto escrache para acabar recomendando títulos de Netflix o Amazone Prime en Twitter.
El 15M ha fracasado porque el líder del movimiento ha hecho justo lo contrario que predicaba. Y no, no está mal que cualquiera, sea Pablo Iglesias o usted mismo, se compre un adosado, una casa en la playa y un coche con muchos caballos. El problema es que Pablo Iglesias consideraba que todo eso estaba mal desde un punto de vista moral y lo repetía una y otra vez en sus intervenciones con ese tono cansino de seminarista. Y no, no está mal salvo que adquieras todo ello por medios ilícitos. Incluso no está mal si lo adquieres porque ingresas un pastizal por dedicarte a la política con tu cónyuge.
A mí personalmente todo eso me parece terriblemente aburrido. Adosado, chalé a pie de playa y automóvil potente. Conduzco un coche que tiene 15 años, vivo en un piso de alquiler y no me gusta la playa porque la arena me resulta muy desagradable y el agua del mar está siempre demasiado fría. Y tan pichi. Pero que los revolucionarios de izquierdas acaben siempre aburguesados me resulta fascinante.
La historia se repite. Los líderes del mayo del 68 acabaron pasando por el aro. Todos. Luego dan conferencias y lamentan que Francia hoy es para ricos... ¡pero celebran que gobierne Macron como mal menor! El presidente francés representa el dominio absoluto de las élites. ¿Qué hay que celebrar?
La mayor parte de los seguidores de los movimientos revolucionarios no tienen las miras tan altas en realidad. Los ideólogos, me temo, tampoco. Las pancartas son demasiado ambiciosas. La sensación es que la mayor parte de los votantes de Unidas Podemos solo querían recuperar el estatus socioeconómico perdido con la crisis de 2008; los jerifaltes, tener patrimonio.
Me explicó el lío de las acampadas y los debates ciudadanos en la Plaza del Sol una ujier con varios trienios a su espalda en la administración pública, afiliada a la ugeté: “A todo el mundo le gusta el jamón del bueno”, como si en lugar de asaltar los cielos el objetivo fuera tomar por la fuerza y arrasar las charcuterías.
Lo de reducir desigualdades, fortalecer educación y sanidad públicas y crear oportunidades ni lo mentó. Al turrón: adosado, chalé en la playa y coche con motor que ruja bien fuerte, para ahogar el clamor de las miserias (de uno, de los otros).