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El Teatro -desde dentro-

El Teatro es la vida misma; una suerte de asunción de papeles cuyo carácter, puede desvirtuar o enriquecer el personaje a través de su estudio y comprensión.

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  • El teatro. -

Cuan sutiles son los conceptos y aún las acepciones de una misma palabra y cuanto conocimiento o ignorancia pueden soportar aquellos.


Diríase que tratándose de una materia artística, cualquier análisis y punto de vista, dependiente de la voz que lo emite, suele encontrarse en el derecho de formar cátedra. Pero la realidad tiene otra vertiente más a ras de suelo, quizá por ello más sublime y justa en su apreciación que aquellas que fundamentan sus epístolas en terrenos de resbaladiza intelectualidad y citas sin provecho. Acaso opiniones que, como tales, pasan por el tamiz de sus propietarios e intereses.


Pasear por las urbes, ciudades, caminos, aldeas y observar rostros, miradas, andares, manos, espaldas, cinturas. Hablar con uno, dos, multitudes. Observar gestos, comisuras, sesgos, actitudes, movimientos, posición, sonrisas, risas, tiempos, ritmos…, todo habla. Es el gran teatro.
Un teatro en ocasiones inconsciente, en otras asumido y aceptado como fórmula de comportamiento y, en otras, fastuosamente descarado en marcar la ridícula diferencia o estatus cuyo final común no se escribe, pero es.


Fórmulas todas ellas que  parten de la proyección del deseo de ser, que emula o simplemente busca una identidad inexistente. Ese es el teatro que, ante el gran escenario del día a día, nos viste de luces para que la apariencia - apparentia - ofrezca el aspecto deseado.


El TEATRO es otra cosa. Es un arte, escénico claro está, que nos traslada a mundos imaginarios cuya representación sólo es posible si el actor/actriz es capaz de asumir el “rol” de lo representado, donde el personaje, normalmente, dista mucho de su propia personalidad.


El escenario no es un lugar de lucimiento. Es un espacio de comunicación. Allí el ridículo no existe, y no importa lo bello o feo de lo representado, sino su esencia convertida en acto verosímil.
¿Quién podría conocer mejor el alma humana sino quien  atesora desde la más inocente, pura, ecuánime, desinteresada pero atenta observación, los vértices del comportamiento del ser?
La puesta en escena no es ostentosa, grávida, excesiva, sesgada, artificial, protuberante, acuciante, exaltada, histriónica, laxa, inocua.  No goza de subterfugios ni avalanchas de arrebato. No sufre embarazos  artificiales  ni arrítmicos aconteceres. Más bien es calma, activa, armónica, tónica, fuerte, tersa, cadente, rítmica, potente, amigable, seductora, vasta, sabia y eterna en su deleite, de saber que por encima de ella existe el ser representado cuya apariencia emana del ser actoral.


De ahí la gran escala, niveles, apariencias. El bastidor no hace al cuadro. El escenario no hace al actor o actriz. La madera sólo es el soporte.


Destilar las esencias de lo amasado - observado, estudiado, aprendido – en un trazo único e irrepetible, con la perentoriedad que ofrece el directo, supone un riesgo y una sublime astucia capaz de llenar, con un leve gesto, la bóveda del horizonte más ambicioso o situar el acto en el más estrepitoso fracaso.


Pero el Teatro no vende estrellitas escarlata. El Teatro es la vida misma; una suerte de asunción de papeles cuyo carácter, puede desvirtuar o enriquecer el personaje a través de su estudio y comprensión.


Lo desvirtúa tanto en cuanto contradice su esencia. Lo enriquece en tanto añade nuevos elementos y perfiles a su ya compleja estructura. Por lo tanto el Teatro no es banal. No es trivial. No es simple academicismo didáctico. Es, en sí mismo, educación.


La naturaleza del actor/actriz y la personalidad de lo representado, depende de la cadencia, del color, sensación y  olor de cada suspiro en una visión de conjunto, donde las partes encajan en el todo y el todo es la armonía de las partes.


A veces estos elementos casi intangibles, no son debidamente acuñados por quienes desconocen los íntimos pero imprescindibles elementos de la ´tramoya´ teatral. Normalmente la superficialidad hace presa a través de la levedad de aquellos  “tiempos modernos” de todo cuanto se denomina arte y más concretamente si cabe, el vilipendiado y eterno (por atemporal) mundo del arte escénico.


No se trata de hacer un panegírico sobre las virtudes del Teatro. Es, como afirmábamos al principio, una cuestión más de ras de suelo, evidente por habitual, necesaria por intrínseca, sustancial por determinante y verdadera por constatada: Fuente de educación e inspiración humana.


El Teatro desde dentro es más que un juego. Es aprender vida. Aquella vida ajena que parece distante y sin embargo es parte integrante del todo. O sea, nosotros mismos..

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