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Sábado 16/11/2024
 

Arcos

“Aquí estoy para vivir mientras el alma me suene”

Inesperado fallecimiento del pintor Carlos Jorkareli

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  • La muerte de Carlos Jorkareli es una triste pérdida para el mundo de la pintura. -

ANA GONZÁLEZ

Carlos murió el día 26. Soy incapaz de recordar las frases previas a esta que, seguro, ocuparon al menos dos minutos de tiempo, el mismo que se detuvo y me aceleró el corazón poniendo en riesgo mi estabilidad emocional. ¿Cómo? No he oído bien, ¿qué has dicho? De nuevo el cáncer, con su garra cruenta, nos arrebata a un ser querido, a un buen amigo, ¿amigo? No, la palabra me resulta insuficiente, es más que mi amigo. Albert Espinosa habla de“los amarillos”, un mundo al alcance de todos y que tiene el color del Sol. Eso era Carlos Jorkareli para mí, alguien con quien no me ha hecho falta compartir lo cotidiano de la vida, y sin embargo, desde el primer momento en que lo conocí, sentí que conectaba con su emoción por la vida, por lo natural, sencillo, hermoso, ético y elegante de las cosas.

Tras una larga conversación con su mujer, he llorado y he tarareado…“Si se calla el cantor, se quedan solos los humildes gorriones de los diarios, los obreros del puerto se persignan, quién habrá de luchar por sus salarios…”, hermosa canción que da sentido a lo que he admirado de su obra, y de su actitud diaria.
Jorkareli, que así me gusta llamarlo en lugar de por su nombre, tiene la mirada y la sonrisa de un niño, y como tal, se ha ido pintando, creando y creyendo que, un mundo mejor, es posible. Su máxima fue, y sigue siendo, una frase que ilustra a la perfección su trayectoria personal y profesional:“Soy de donde estoy, y donde estoy creo”- y con un guiño de simpatía y complicidad añadía: si me dejan -.

Su obra artística es un bello alegato de sensible compromiso. Su pintura es el trazo de la humanidad, los perfiles de las empatías, una mezcla de trasgresión y consideración que vindica la existencia de los tonos grises, véase el sentido figurado, y no solo blancos y negros. Tu paleta de color,amigo mío, no sabe de fronteras, es universal,infinita, rica, única e irrepetible; y lo sabemos.

Jorkareli, un hombre, sin banderas, que ha amado nuestro pueblo eligiéndolo para vivir, crecer en el buen soñar, expresar sobre sus blancos lienzos su filosofía sin dejar de indignarse, jamás, frente a lo que él ha considerado injusto, intolerable bajo su punto de vista humanista.

Me sigue martilleando en la cabeza la frase en este 1 de mayo y la pretendo ahogar, aunque sea susurrándola. Y se la canto a él; y me sonrío. Y recuerdo conversaciones fortuitas, en medio de la calle, sin café, sin mesa, sin acomodo, sobre la base sólida de la emoción de construir cosas para mejorar la vida de las personas. Y tus ojos de esperanza, y tu sonrisa permanente sin ceder, ni un solo instante, a la amarga realidad del resentimiento que destilan, desde su nacimiento, algunos pobladores sin sueños ni ilusiones más que las propias.

Ha muerto Jorkareli, y yo lo he sabido tarde, yo que tengo pintado un reloj, suyo, enmarcado en la verde habitación, que marca un tiempo de esperanza, de espera, de fe, una obra que él mismo dibujó para mí, para que me recuperara de una pena que me sumió en una renuncia permanente a tanto que había soñado a lo largo de mi vida.

Jorkareli fue un valiente, un distinguido artista que ha sostenido su dignidad por encima de las tristes pasiones de quienes no vieron lo que, en él, era “esencial” y para ellos… “tan invisible a los ojos”.

Sigo pensando que cuando suba a hacer cualquier gestión a nuestra Calle Corredera no voy a encontrarte de camino a tus cosas. Y se me hace un nudo en la garganta. Pienso en Montserrat D’Abrantes, tu amor, y lloro, y balbuceo...:
“Si se calla el cantor calla la vida.
    Porque la vida, la vida misma es todo un canto.
    Si se calla el cantor, muere de espanto.
    La esperanza, la luz y la alegría”.

    

Palabras escritas para nuestro
padre el 25 de abril de 2020.
Gracias en nombre de la familia.

    “…huele a sal, huele a hierba,…
    - ¡mueve su pelo Levante! –
    …amapola, jazmín y hiedra.

    Recuerda, siempre recuerda
    dónde estuvo su presencia,
    del dibujo, la huella y
    del trazo, su esencia.

    Cádiz infinita, ¡quién lo diría!:
    nadie supo que albergaría
    entre sus paredes blancas,
    un día,
    un pintor que pintó por bulería…
    … y que como Camarón, decía:
    ¡Viviré mientras el alma me suene
    para morir cuando me llegue”.

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