Así nació el Gobierno de Sánchez, en funciones, y así sigue porque ha cumplido dos años de vacío, llenos sólo de ruido y de crispación. Han sido muchas las mociones de censura que se han producido en nuestro país, con las que se han desbancado a muchos gobiernos locales y regionales; ningún Gobierno de España había caído por una moción de censura porque, entre otras cosas, siempre se respetaba tácitamente que gobernase la lista más votada. Pero la cuestión con Pedro Sánchez va más allá, y el oxímoron político al que nos enfrentamos es que llegó al poder con una moción de censura constructiva para asentarse en la inactividad y, en muchos casos, para destruir. Vinieron dos procesos electorales seguidos y, con una mayoría raquítica, se mantiene de forma permanente en funciones. Etapa de “transitoria perpetuidad”, igual que la “nueva normalidad”, que traen como consecuencia una situación de incertidumbre e inseguridad jurídica, combinación perfecta para la ineficacia de la gestión y el declive económico del país.
A esta situación de inestabilidad gubernamental con un Gobierno social comunista, soportado por un Consejo de Ministros y Ministras elefantiásico -nunca tanta cantidad pesó tan poco-, se le añade la terrible crisis sanitaria, económica y social que acarrea el Covid-19. Una crisis a la que llegamos, gracias a las medidas de Sánchez, con un desorbitado gasto público y con unos presupuestos prorrogados a los que se les acaba la elasticidad. En agosto del pasado año, el presupuesto incontrolado y electoralista de sus “viernes sociales” -qué diferente hubiéramos utilizado hoy ese dinero- disparó la deuda nacional hasta rozar el 100% del PIB: traducido al lenguaje ordinario, una mochila para cada ciudadano español de 600 euros más por partida. Cuando al despilfarro y al desgobierno le sucede una pandemia, el resultado inevitable es que ahora competimos en desventaja con el resto de países europeos que fueron responsables para tener cuentas saneadas a través de medidas financieras y estructurales. Que nadie se extrañe luego de que Europa imponga condiciones diferentes a los Estados miembro. Sobre todo, ante un Gobierno como el de Pedro Sánchez que se ha doctorado en falsedades y medias verdades. Ábalos ocultó a Delcy, Marlaska sepultó a Pérez de los Cobo e Irene se mofó del 8-M.
Menos mal que, de Despeñaperros para abajo, ahora podemos respirar, que no tenemos la nadería demagógica repetida. El Gobierno andaluz lleva un año trabajando con sensatez y desarrollando medidas que nos hacen sentirnos orgullosos de nuestros resultados. Andalucía ha sido la única administración española que cumplió el pasado año con las reglas fiscales de objetivo de deuda y déficit. Datos que nos permiten afrontar la crisis actual reforzados. Prueba de ello es que somos la región del mundo que más ofertas turísticas ha recibido y registramos 9.210 parados menos en mayo, en plena pandemia, el mejor dato de España, transmitiéndonos esperanza, pero sabiendo que queda mucho trabajo por hacer.
Al parón económico producido por la crisis sanitaria, el Gobierno de Pedro Sánchez ha unido un innecesario parón legislativo, tambaleando nuestro propio sistema democrático, dejando bajo mínimos la actividad parlamentaria del Congreso. No tendría espacio en las páginas de este diario que me abre sus puertas, para expresar los atropellos que hemos vivido en estos últimos meses. Gracias precisamente a los periódicos plurales, las diferentes voces hemos podido tener altavoz fuera de la tribuna de oradores del Congreso, atril histórico al que tuve el honor de subirme por primera vez y defender la posición de mi Grupo parlamentario, ante el paquete de medidas que tras la presión del #apagoncultural, el Gobierno traía al Hemiciclo, tras dos meses del inicio del Estado de Alarma. ¿Se me permite un brindis al final? Pues con una manzanilla, un fino, o un rebujito, comparto con vosotros, lectores, ciudadanos, votantes de cualquier partido, que sois causa y motivo de mi actividad, el honor, el respeto, los nervios, algo de pánico y mucho de orgullo, de ese primer discurso en la tribuna de oradores. Porque cuando bajaba las escaleras, como una bocanada de aire, tuve la certeza de que no hay coalición, ni pactos con Bildu, ni cesiones a los independentistas ni burdos engaños que puedan tumbar este sistema constitucional que nos ha garantizado un marco de libertad y de convivencia en nuestros cuarenta años de democracia. Estoy segura de que también seguirá siendo un marco de prosperidad si encontramos un Gobierno que no viva sumido en la precariedad como lo hace éste de Pedro Sánchez, en “perpetua transitoriedad”.