Volveré a buscarte” de Pilar Cernuda, “Volver a Galicia”, de María González, o la premiada obra de Xesús Fraga “Virtudes (e misterios)”, son algunos buenos ejemplos de lo que supuso la emigración en Galicia. Más de 1,2 millones de gallegos tuvieron que emigrar en busca de un futuro mejor, huyendo de la hambruna, pero con el deseo diario de volver a sus orígenes. Tengo la suerte, la enorme suerte, de que corra por mis venas parte de esa sangre valiente, porque hay que ser muy valiente para coger una maleta y un billete, de sólo ida, y lanzarse a la aventura de buscar un futuro mejor lejos de tu tierra, la mayoría, al otro lado del atlántico. Debe ser el gran éxodo gallego la consecuencia de que exista esa imperante necesidad de vuelta, incluso para los que nacimos fuera de sus fronteras, pero que nos une con esta tierra un vínculo especial.
Así emigraron también mis antepasados, mi tatarabuelo llegó por la Ruta de la Plata hasta Badajoz, ciudad que lo acogió con los brazos abiertos para que pudiera comenzar su aventura empresarial con la segunda mercancía más comercializada del mundo tras el petróleo: El café. Fue el pacense Gómez-Tejedor de Cafés la Estrella, proveedor oficial de la Casa Real Española, el que patentó el café Torrefacto, dando solución a la conservación de este producto perecedero que se estropeaba fácilmente y abriendo la oportunidad a otras empresas como la de mi bisabuelo Pedro López y su café Sangay -escrito como se leía en dialecto popular- que supuso la salvación para muchas familias en tiempo de guerra. Su tostadero impregnaba la casa de un olor inolvidable que mi abuela era capaz de describirnos de manera magistral y que ha sido sin duda alguna la causa de mi adicción sin paliativos al café, solo y sin azúcar. Ese ADN empresarial sigue vivo en Galicia, con el mismo sentido de superación, esfuerzo y aventura que el de los cafeteros, y vigente en grandes empresas como la de Amancio Ortega y su incansable generosidad con España.
Cuando el presidente de la Xunta de Galicia dice que su ambición es doble, que aspira a un doble progreso en su tierra, en sus gentes y de la comunidad, “el progreso de las familias y del país”, se conecta con ese pasado de los gallegos emprendedores y acogedores que, por muy lejos que estén, nunca se olvidan de su tierra. Sueñan siempre con un lugar “especial para vivir y disfrutar” que es lo que le han transmitido las generaciones anteriores, y es ese el discurso ahora de Núñez Feijoo. Es fácil adivinar que, frente a quienes prometen un modelo venezolano, los gallegos lo hayan tenido muy claro.
El pasado domingo Galicia habló alto y claro. Habló por los que tienen la suerte de vivir en esta tierra y también por los que aún viven a miles de kilómetros. Hablaron para decir no a Podemos, no a Pablo Iglesias ni a la ministra de los ERTES, que no terminan de llegar, no al despotismo de la casa de Galapagar, no al heteropatriarcado que protege a Dina y a la información de su tarjeta del móvil.
Los gallegos vuelven a apostar por el equipo que gobierna desde hace más de una década. Vuelven a confiar en quienes se dejan la piel todos los días para que Galicia sea ese lugar mejor. Saben de su compromiso con Galicia y con España, y por eso la respuesta ha sido abrumadora. No, no es fácil después de tantos años de gobierno que la gran mayoría, de nuevo, avale su gestión. Los gallegos han votado autenticidad, porque así es esta tierra, única y auténtica, con esa lluvia que consigue pintar de verde sus caminos hasta llegar a abrazar al apóstol, una lluvia fina como el trabajo de Alberto Núñez Feijoo, moderado y continuo, que hacen de Galicia una tierra para admirar y visitar. Solo espero y deseo que eso suceda muy pronto.