La serie
Better call Saul se encamina a su desenlace. A punto de acabar la emisión de su quinta temporada y con la sexta y definitiva ya en producción, el
spin-off de
Breaking bad ofrece ya signos de agotamiento e irregularidad, pese a la contundencia de episodios como el estrenado esta semana, Bagman. Son destellos -los sigue habiendo- dentro de la progresiva decadencia de una historia que incluso vive y remite en exceso a su fuente de inspiración para mantener intacto el interés del público, que aún aguarda a la aparición sorpresa y estelar de Walter White o Jesse Pinckman en alguno de los episodios finales.
De hecho, a la presencia de Gustavo Fring y sus Pollos Hermanos, se han ido sumando otros secundarios de la serie original, e incluso en esta quinta temporada lo ha hecho el personaje de Hank Schrader (Dean Norris), el cuñado de White y agente de la DEA, en medio de una operación antidroga, en lo que no dejan de ser pequeñas píldoras de estímulo para mantener la atención de una audiencia nostálgica y que tratan de atenuar asimismo la propia alteración dentro de la evolución de Better call Saul: Bob Odenkirk tiene ya doce años más desde su primera aparición en Breaking bad, al igual que Jonathan Banks, y se supone que ahora tienen varios años menos que entonces. Se evidencia en el físico, sobre todo del segundo, y puede terminar por afectar a la credibilidad de una historia que parece haber prolongado de manera artificial las causas que llevaron a su protagonista de timador a abogado profesional dentro de un particular descenso a los infiernos.
Pese a sus inevitables referencias, la nueva producción de Vince Gilligan y Peter Gould se ha caracterizado por forjar un estilo propio, más pausado, más dramático, incluso alternativo, en el que ha primado el retrato de personajes a la acción, el cuidado de los diálogos y, por ende, una elaborada presentación de cada uno de los personajes, a la que ha contribuido asimismo la plenitud de protagonistas como Rhea Seehorn, el gran descubrimiento dentro del particular universo de este Nuevo Méjico en el que Saul Goodman logra hacer fortuna recogiendo las migajas de los especuladores y los traficantes de droga, consciente de que quien roba a un ladrón tiene años de perdón.